Los últimos datos revelan que el ritmo de crecimiento económico en España se ha estabilizado en torno al 3%. Lo positivo es que con este índice se está creando empleo. Los factores que han contribuido a favorecer la recuperación económica son el dinamismo del sector privado, la bonanza turística y la bajada de los crudos, sin olvidar al sector público, que ha dejado a un lado la congelación de la oferta de empleo de los años precedentes, lo que supone un gran esfuerzo para un país como España con graves problemas de déficit.

Al margen de estos datos que desprenden optimismo, un análisis más profundo de la realidad económica nos lleva a constatar que la tasa de paro se sitúa aún cercana al 21%. Y aunque en el último año ha descendido, España acumula ya cinco años consecutivos con tasas de desempleo superiores al 20%, una de las más altas de la UE. Todo un hito histórico.

En la pasada legislatura el desempleo bajó en más de medio millón de personas, pero en el cómputo general se perdieron casi 60.000 puestos de trabajo. Esta aparente contradicción se explica por la caída de la población activa. Otro punto negro de nuestra economía es la precariedad laboral y el encadenamiento de contratos temporales, principalmente entre los jóvenes. Los ingresos por familia se contrajeron. Con estos presupuestos se constata que la recuperación económica no reduce la pobreza en España.

Las previsiones no son muy halagüeñas. Además de la situación crítica de los países emergentes, la UE languidece por falta de estímulos económicos y en nuestro país sigue la incertidumbre. Las soluciones no son fáciles. Se impone buscar estabilidad con la formación rápida de un Gobierno que siente las bases para promover un crecimiento sostenible y que ponga en práctica políticas sociales que combatan las desigualdades. Sin olvidar la necesaria moralización de la vida pública para desterrar la corrupción. En otro caso, las tensiones sociales y la incertidumbre política potenciarán los radicalismos.