La reducción del presupuesto comunitario confirma la idea de que últimamente las noticias que vienen de Europa casi siempre defraudan las expectativas del ciudadano medio. Y es que los políticos europeos parecen empeñados en no saber comprender lo que, desde el punto de vista económico y social, debe significar la Unión Europea.

Recordemos que la filosofía que inspiró inicialmente esa unión era crear un mercado único. Este deseo se vio fortalecido después con la necesidad de una unión política, económica y monetaria. En un principio, la Comunidad estuvo centrada en los objetivos de la libre circulación de factores de producción y en una política agraria común. Con esos fines se han desarrollado interesantes políticas de competencia y de protección de los consumidores, pero una débil política social, por cuanto parecen primar más los intereses financieros que las personas.

Ahora, el deseo de lograr unos objetivos político-económicos de gran alcance parece complicado. La unión política tendrá que esperar y el proceso de unión económica no va a ser nada fácil, como se demuestra por los frustrantes resultados de las últimas cumbres sobre la necesaria unión bancaria y fiscal.

Ante eso, muchos sectores sociales desconfían de estas políticas y abogan por priorizar la solución de los problemas de recesión y desempleo, donde sin duda se constatan peores resultados, pues, a pesar de los logros alcanzados en temas tan importantes como infraestructuras, agricultura, comercio o moneda única, los ciudadanos no perciben ni trasparencia ni solidaridad, sino que ven lejano y distante el gobierno comunitario y sienten ausencia de beneficios sociales.

Este es un problema capital que deben resolver los europolíticos. Entretanto, debe avanzarse por la senda de la solidaridad entre los Estados, bajo la idea de que nuestra integración debe ser irreversible. Fuera de la Unión Europea, no encontraremos ni progreso social ni progreso económico.