A menos que lo decidamos conscientemente, así como venimos… nos vamos. Cada ser llegado a este mundo nace condenado a morir irremediablemente desde el primer momento, pues dar vida es también engendrar una muerte venidera. Y entonces repetimos aquello de no somos nadie, nos puede pasar a cualquiera o la vida sigue, cuando uno también ha muerto un poco con ellos, aunque siga respirando. Si tuviéramos esto siempre presente, trataríamos de hacernos la vida mejor y más fácil los unos a los otros, en lugar de ser indiferentes o egoístas y hacernos tanto daño.

A algunos les da un aviso, como a Iván Sánchez Calle, poeta placentino (1980-2020), que expiró el miércoles pasado, quien tras un primer infarto anterior al último intentó evitarlo con hábitos de vida más saludables, pero ni con esas. A otros les pone una dura prueba antes del fin, como a Paco El templario (Francisco García Lucas, 1964-2020) amigo y diplomado en Heráldica, Genealogía y Nobiliaria entre otras muchas cosas, quien a pesar de su sana y deportista vida, también finó al día siguiente. Descansen en paz.

No existe solución al fin. Es una profecía que tarde o temprano se cumplirá y no podemos hacer nada. Nacemos para morir, la vida es el camino y vivir lo mejor posible, nuestro objetivo, aunque a veces no se pueda elegir y ese vivir se transforme en sufrir.

Nacer, puede que sí o puede que no, a saber, pero una vez que estamos aquí, lo que no cabe duda es que moriremos. Con ella no existe la discriminación, puede ser antes o después, voluntaria o involuntariamente, esperada o de sopetón, da igual, la muerte es lo único que nos iguala a todos al final.

Tras ella, lo habitual es pensar en los que quedamos aquí, sin ellos, obligados a continuar porque eso es lo que hay que hacer, sin tan siquiera tener derecho a un descanso para gestionar el duelo como es necesario, un tiempo en el que poder asimilar la nueva e impuesta situación de no volver a verles, en la que la vida cambia por completo y hay que seguir adelante sin fuerzas o incluso sin querer.

La sociedad no está preparada para la muerte. Se han perdido la sensibilidad y la espiritualidad, convirtiendo el acontecimiento en un negocio que hay que gestionar deprisa, para cuanto antes y nunca mejor dicho, quitarnos el muerto de encima.