Los partidos políticos son uno de los pilares del sistema democrático, si bien últimamente se aprecia una creciente contestación social a su funcionamiento. Y es que la conducta de algunos de sus miembros contribuye a crear un clima de animadversión y crispación que, de seguir en aumento, ciertamente podría amenazar la supervivencia de este sistema de representación.

Los partidos políticos españoles deben, por tanto, reconducir su funcionamiento hacia pautas más democráticas. Aparte del grave problema de la financiación irregular, existen otros problemas que deben afrontar de cara a una regeneración democrática. En primer lugar, los partidos no conectan con la sociedad y, dado el sistema piramidal de la democracia, la conexión entre pueblo y gobernantes se convierte en una verdadera necesidad.

Por otra parte, se evidencia un fallo en la selección de sus dirigentes. Se constata mucho profesional de la política sin la formación adecuada y, lo que es más grave, sin convicciones ideológicas o éticas, y es claro que la elección de buenos líderes garantiza la calidad de la democracia. Y, por último, la falta de un sistema abierto en la elección de los representantes fomenta la endogamia en la política, con lo que los electores acaban por no sentirse representados y crece el desencanto.

Ahora bien, convenzámonos de que los partidos políticos son necesarios. Se ha dicho que la principal misión de los partidos es la de organizar el caos de la voluntad popular. Un funcionamiento correcto de los mismos debe convertirlos en representantes legítimos de grupos de intereses o de determinadas ideologías para llevarlas al parlamento, que debe ser la caja de resonancia de las reivindicaciones de los ciudadanos.

La democracia exige que el pueblo participe al máximo en las tareas políticas. Cuando no se dan las condiciones adecuadas, se inicia la crisis del sistema democrático. Y entonces puede aparecer cualquier salvador. Ejemplos no nos faltan.