Vivos, pero sin una vida tal y como la conocemos el resto de los mortales. Muchos sin familia, hogar o recursos que cubran sus necesidades más básicas y que no gozan de la suerte (por llamarlo de algún modo) que poseemos la gran mayoría.

Mayores, niños, inmigrantes, desempleados en situación de exclusión social con graves dificultades de acceso al empleo, enfermos mentales, drogodependientes o en cualquier circunstancia en la que las necesidades superan a las posibilidades, como bien dijo Pablo Vicente, actual director de Cáritas Diocesana en Plasencia. La institución ha cumplido medio siglo de vida, gracias a la colaboración desinteresada de más de 700 voluntarios, verdadera alma de la organización, sin cuyos tiempo y trabajo sería imposible lograr el alcance de las acciones que están llevando a cabo.

Constituida en octubre de 1969, ha ayudado a miles de personas a través de talleres ocupacionales, campamentos de verano, programas de alfabetización, alimentos, medicinas o con el pago del recibo de la luz y además, desde 1987, con la puesta en marcha de su ropero.

Cuatro corazones en forma de cruz componen su logotipo, sin duda la esencia de su existencia, el amor y la bondad como seña de identidad y luz de guía, que pretende sacar de las tinieblas a todas aquellas personas para quienes recibir una sonrisa o una mirada, supone sentirse acogidas y acompañadas, en definitiva, volver a sentirse, sencilla y esencialmente: seres humanos.

Porque la vida te sorprende cuando menos te lo esperas, tanto para bien como para mal y, en ocasiones te supera, pierdes tus capacidades para sobrevivir de forma autónoma e independiente. La vulnerabilidad se apodera de ti y la oscuridad se instala en el día a día, tras soportar desgracias acumuladas que eres incapaz de solucionar por ti mismo, convirtiendo a la soledad en tu única compañera las 24 horas del día, los siete días de la semana…

El egoísmo es la peor lacra de la sociedad. Si dejáramos de mirarnos el ombligo percibiríamos a esa persona que tenemos cerca y que necesita nuestra ayuda, pero a la que hasta que no levantamos la cabeza no vemos realmente. Ayudar a otro que lo desea es también una forma de ayudarnos a nosotros, porque cuando das, también recibes y es ahí donde se halla el verdadero equilibrio.