Decían los antiguos aquello de "San Miguel el de las uvas: mucho me tardas y poco me duras". Y San Miguel fue el pasado 29 de septiembre, cuando ya suenan caracolas anunciando el fin de la vendimia por las comarcas del norte cacereño. Merodean las raposas y ya se sabe: "Zorra en viña, aligera la vendimia. Inmortalizó don Miguel de Cervantes, en su novela "El licenciado Vidrieras", los caldos de Descargamaría, pìntoresco pueblecito asentado en el valle del Arrago, en la Sierra de Gata. Dice Cervantes: "Y habiendo hecho el huésped la reseña de tantos y tan diferentes vinos, ofreció (mentó) a Esquivias, a Alanís, a Cazalla, sin que se olvidase de Rivadavia y de Descargamaría".

Tierras son éstas del norte cacereño, donde exceptuando alguna aislada dehesa particular, la propiedad se encuentra regularmente repartida, llegándose en algunos términos a un verdadero minifundismo. Desde antaño, el que más y el que menos, si no la había heredado, procuraba levantar una viña, en la que también se plantaban algunos árboles frutales. También era muy corriente plantar una parra a la puerta de la vivienda, y otras parraleras circunvalaban huertos de menor entidad, pegadas a las cercas o junto a canchales que aparecían en el predio. Mediando el mes de septiembre (dependiendo de cómo viniera el año), daba comienzo la vendimia. Un adagio que corre por la zona advierte que "si quiérih pol Loh Sántuh la tu tinaja encetal, corta lah úvah pol San Nicoláh". San Nicolás es el 10 de septiembre, pero, a veces, se retrasaba la vendimia y no era extraño que todavía se estuviesen pisando las uvas en los primeros días de octubre.

Las viñas desde siempre se han mimado, pues era todo un orgullo el tener una pitarra propia (en Las Hurdes la llaman "polienta"), elaborada por encallecidas y artesanas manos. No importaba sudar la gota gorda en barbechar, binar, estercar, desbarbar, abrir y cavar, podar, injertar, sulfatar, azufrar, deslechugar, escardar para que las tinajas rebosaran de esmerados caldos, que suscitaran los elogios de los que los cataban. Vino de pitarra, que presentaba toda una gama de tonalidades, desde el amarillo claro hasta el rojo de sangre de toro, aunque la pitarra pitarra siempre se caracterizaba por un color aceitoso, alimonado y dorado.

VARIAS SOCIEDADES Paisanos hay todavía por estos septentriones cacereños que se embarcan en rescatar la más pura tradición vendimiadora, animando a otros a dar los mismos pasos. En la localidad de Ahigal nos encontramos con la sociedad formada por Justa Paniagua Cáceres, Justo Plata Paniagua, Julián Domínguez Panadero, Anastasio Anaya Aprea y José María Domínguez Moreno. A ellos se les suma Pilar Hernández Paniagua, vecina del pueblo de Cerezo. Toda esta cuadrilla se han encargado, hogaño, de cortar los racimos de la conocida "Viña de la Melliza" y aquella otra "Viña de Carrascal de Muñoz". Uvas de las variedades tempranillo, garnacha blanca y tinta, macabeo, moscatel, cojón de gallo y malvasía fueron acarreadas y estrujadas al modo tradicional.

75 KILOS DE UVA En cada pisón se metieron 75 kilos de uvas, donde fueron trilladas por los pies de tan voluntariosos socios. Después de bien trituradas, pasaron por la "ehgranaera", que viene a ser una criba cuadrada con agujeros grandes, destinada a restregar los racimos y quitarles los pezones. El pateo continúa luego y, cuando ya el mosto casi brilla por su ausencia, se cogen puñados de la informe masa y se retuercen como ropa sacada de la pila. Los hollejos o pellejos, que forman el "buruju" o "bagazu", van a parar a una tinaja, destinados para fabricar el aguardiente.

Cuando el mosto empieza a cocer, hay que removerlo a diario con un gran cucharón de madera, procurando que "no se duerma" y siga a buen ritmo la cocción. Del mismo modo, hay que menear el "buruju". Y terminada la ebullición, todo se deja en reposo hasta el día de Los Santos, momento en que se cata y se procede al trasiego, para clarificar y adelantar el vino tierno.

LA CUADRILLA DE AHIGAL Cuarenta cántaros de vino ha cosechado la cuadrilla de Ahigal, con una escrupulosidad y respeto a la tradición dignos de encomio. Incluso, en los días que estuvieron en el corte, prepararon el almuerzo, la comida y la cena a la antigua usanza, donde no faltaron los guisos de alubias con patatas y los tradicionales escabeches. Ni que decir tiene que se esperan unos caldos que harán "relambelsi" a todo el que los pruebe.

Buen espejo en el que mirarse, máxime en estos tiempos en que en tan alta estima se encuentran los productos artesanales, donde se hace ascos de químicas que alteren el producto y pongan modorras las cabezas.