La Luna siempre ha estado presente en todos los antiguos mitos. Con su aspecto cambiante, permite sincronizar ciclos vitales de 28 días. Las principales festividades religiosas siguen el calendario lunar, como la Semana Santa, el Ramadán o la fiesta judía de Yom Kipur. Cuando surgió la vida, la Luna estaba situada mucho más cerca de la Tierra. Esta gran Luna, con su imagen sobrecogedora, provocaba intensas mareas, que hoy serían fatales, pero en aquellos tiempos servían de cucharón para agitar la sopa primitiva donde se formaron las primeras moléculas vitales.

Pasado el tiempo, la vida empezó a conquistar las tierras emergidas: un territorio silencioso y hostil. Sin embargo, contaba con una buena ayuda: la Luna. Sí, la Luna... ¿y cómo? La Luna ya se había alejado lo suficiente para permitir la existencia de apacibles mareas que creaban una zona amplia intermedia, entre el mar y la tierra, una zona para que los seres marinos se pudieran adaptar, de forma gradual, a unas condiciones muy distintas. Hace quinientos millones de años, las plantas aceptaron esta ayuda para comenzar a salir del mar. Poco después, les siguieron los artrópodos.

Todavía la Luna sigue rigiendo la vida de muchos de sus sucesores, como puede verse en la espectacular carrera que realizan algunos crustáceos terrestres. Sincronizados con la Luna realizan el apareamiento y luego las hembras emprenden una marcha hacia el mar para depositar las huevas en el momento exacto en el que hay menor diferencia entre la marea alta y la baja para reducir el riesgo de ser arrastradas por las corrientes. Con los movimientos rítmicos del desove, finaliza el último acto de una antiquísima danza lunar. Con el paso del tiempo, aparecieron nuevas oleadas de animales, como los vertebrados, a la conquista de la tierra. Mucho tuvieron que transformar sus cuerpos, pero seguían contando con la Luna. Así surgimos nosotros, hijos de la curiosidad, del afán de aventura, de la búsqueda de nuevos horizontes, de la necesidad y- de la Luna.