Las revistas Nature y Journal of Experimental Medicine han publicado este mismo mes, en el intervalo de apenas una semana, sendos estudios realizados por el grupo del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) que coordina la investigadora extremeña Guadalupe Sabio. Ambos trabajos están relacionados con el cáncer de hígado, un tipo de tumor que afecta a más de un millón de personas cada año en todo el mundo y que es uno de los que tiene un índice de mortalidad más elevado. Sus conclusiones podrían traducirse en avances tanto a nivel preventivo como terapéutico contra esta patología.

En el primero de ellos, el equipo del CNIC ha logrado encontrar una explicación de por qué el cáncer de hígado afecta en mucha mayor medida a hombres que a mujeres. La clave de esta diferente incidencia entre géneros reside en una hormona generada por el tejido adiposo, la adiponectina, que es producida en mayor cantidad en mujeres que en varones y que es la que protege al hígado del desarrollo del principal tumor hepático, el carcinoma hepatocelular.

En España el cáncer de hígado afecta a aproximadamente 12 de cada cien mil hombres y a 3,5 de cada cien mil mujeres. «Siempre ha habido un gran interés en entender el porqué de esa distinta incidencia», apunta Guadalupe Sabio. La razón de este interés, añade, es que el cáncer de hígado es uno de los que tienen un diagnóstico más tardío, por lo que una vez que se detecta el porcentaje de pacientes a los que es posible eliminárselo con cirugía es muy reducido. A esto se suma que tampoco hay tratamientos efectivos contra él en la actualidad, lo que le lleva a que su tasa de mortalidad sea de hasta el 95% en el horizonte de los cinco años. De esta forma, a la hora de prevenirlo sería fundamental establecer «una serie de características» que apunten cuáles pueden ser las personas con más posibilidades de sufrirlo —como el hígado graso o la adiponectina baja— «para establecer sobre ellos unos mayores niveles de control».

Este trabajo ha demostrado, igualmente, que es la testosterona la causante de que la grasa libere menos adiponectina a la sangre y que, por este motivo, los hombres estén menos protegidos frente al daño que sufre el hígado a causa de factores de riesgo relacionados con la bebida, la alimentación o la acumulación de grasa en este órgano.

El género no es el único factor que condiciona la presencia de la adiponectina, ya que también es más abundante en los sujetos delgados, lo que puede vincularse al hecho de que una persona obesa tenga «hasta cuatro veces más posibilidades» de padecer un carcinoma hepatocelular que otra que no lo sea. «Los niveles en sangre de esta hormona disminuyen en pacientes con obesidad y en los varones tras la pubertad, justo las dos poblaciones en las que el cáncer de hígado es más frecuente», aclara Sabio.

Tratamientos

Los resultados obtenidos en este estudio abren la posibilidad a dos nuevos tratamientos contra este cáncer: el primero sería a través de la propia adiponectina, y el segundo, mediante la metformina, «un fármaco contra la diabetes que se sabe que activa en el hígado la misma proteína anticancerígena que la hormona de este estudio», concluye la científica extremeña sobre este trabajo, recogido por Journal of Experimental Medicine.

En cuanto al artículo publicado por Nature, el grupo coordinado por Guadalupe Sabio ha descubierto que una proteína, la p38gamma, es necesaria para el inicio de la división de las células del hígado. Esto hace que «pueda ser una buena diana terapéutica para el cáncer hepático», señala Sabio y, de hecho, añade, «nosotras ya estamos desarrollando inhibidores de esta proteína para intentar usarlos frente a este cáncer».

Después de comprobar que la p38gamma aumentaba tanto en los pacientes que tenían hígado graso como en los que sufrían más fibrosis —formación patológica de tejido fibroso— en este órgano, dos factores muy importantes para el desarrollo del tumor, se comenzó a estudiar cuál era su función, «si podía estar implicada en que las células del hígado empezasen a proliferar de manera no adecuada», aclara.

Para comprobar si esta proteína estaba realmente implicada en la división celular, Antonia Tomás-Loba, primera autora del artículo, analizó qué pasaba cuando se inducía químicamente el cáncer de hígado a ratones con o sin esta proteína kinasa. Y los resultados fueron realmente prometedores: «Tanto si faltaba esta proteína como si se bloqueaba su actividad con un fármaco, conseguimos retrasar el desarrollo del carcinoma hepatocelular», señala Tomás-Loba.

Así, este hallazgo tendría una aplicación «no solo preventiva sino también como terapia», remarca Guadalupe Sabio, que puntualiza que estos resultados «podrían ser extrapolados a las personas». De hecho, en colaboración con el Hospital Universitario de Salamanca se ha podido comprobar que la cantidad de esta proteína en hígado, además de aumentar con la fibrosis hepática, también es mucho mayor en los pacientes con cáncer de hígado, señalando que en el futuro se podría tratar este tipo de cáncer con algún medicamento que inhibiera específicamente a la p38gamma. La ventaja de esta alternativa sería que la proteína controlaría el inicio de ciclo celular tras el estrés por lo que su inhibición no afectaría a otros tejidos que están en constante proliferación como el intestino o el pelo.

Una vez publicado el artículo, comienza ahora la ‘carrera’ para conseguir el fármaco, un trayecto que pude prolongarse «un mínimo de diez años». El próximo paso es probar estos inhibidores «primero en célula y después en ratón para ver si funcionan y pasar luego a ensayos clínicos». Pero antes que todo eso, incide Sabio, «tenemos que conseguir la financiación».