TEtl pasado sábado compartí un "encuentro de la recuperación de la memoria académica" con setenta excompañeros y profesores del colegio San Antonio de Padua de Cáceres, acto que hace un par de semanas celebré desde esta esquina de prensa con una mezcla de aversión y entusiasmo. Sucede que por exigencias del guión, al igual que mis compañeros, fui a misa y recibí un diploma, dos sucesos que rara vez se dan en mi vida. El diploma venía a reconocer nuestra participación en la Generación del 67, y lo hacía --como rezaba el propio documento-- con veinticinco años de retraso.

¿Ha pasado demasiado tiempo? Sí, pero ante el vicio del tempus fugit está la virtud de la imaginación. Mientras escuchaba misa en la iglesia de Santo Domingo al tiempo que contemplaba a mis compañeros, tan creciditos, jugué a pensar, remando contracorriente, que éramos los mismos cachorros febriles de antaño, siempre dispuestos a ensuciar los calzones cortos o los pantalones con rodilleras, prendas de batalla que sufrían día a día los azotes de nuestra incansable vitalidad. Quise pensar que al final de la misa nos esperaban los habituales juegos en el parque de los Limones, y quise pensar que teníamos pendiente un partido de fútbol en el polideportivo del colegio. Demasiada imaginación- Lo que pretendía, en definitiva, era engañarme, hacerme creer que 25 años no son nada. Pero sí lo son: son los años que he necesitado para contrastar lo importante que fueron --y siguen siendo-- para mí estos compañeros y profesores. A todos ellos les doy las gracias por ayudarme a refrescar la memoria del niño que un día fui. www.narrativabreve.com