La reina Isabel de Inglaterra y el primer ministro británico, Gordon Brown, utilizan en sus desplazamientos oficiales dos aviones del 32 Escuadrón de la RAF (Royal Air Force).

Son aparatos con más de 20 años, plagados de problemas y no siempre disponibles cuando se les necesita.

Todo ello obliga frecuentemente a la realeza y al Gobierno a contratar los costosos servicios de aviones privados.

Si la crisis lo permite, la soberana británica podría tener en un futuro próximo su propio aparato, un BAjet de segunda mano, valorado en tres millones de libras (casi cinco millones de euros), que la familia real, en principio, no compartirá con el Gobierno.

El presupuesto está aún pendiente de aprobación.

Por razones de seguridad, Isabel II no viaja nunca en el mismo aparato que su hijo y heredero al trono británico, el príncipe de Gales, ni tampoco con el primer ministro.

Sí suele acompañarla en cambio su marido, el duque Felipe de Edimburgo. Carlos tampoco comparte avión con sus hijos, Guillermo y Enrique, que se hallan en la línea directa de sucesión.

En el historial de los regios desplazamientos ha habido algunos incidentes.

Uno de los más graves se debió a una imprudencia. En 1995, el avión en el que viajaba el príncipe Carlos se estrelló al tomar tierra en las islas Hébridas (extenso archipiélago situado en la costa oeste de Escocia), después de que el piloto, inexplicablemente, permitiera al príncipe ponerse al mando de la nave.

En otra ocasión fallaron tres de los cuatro motores del British Aerospace 146 utilizado por la familia real y otros dignatarios. La avería no tuvo consecuencias graves, ya que en el avión solo viajaban tres miembros de la tripulación, que salieron indemnes en un aterrizaje de emergencia. BEGOÑA ARCE