Rock con terciopelo rojo, cabaret exhibicionista y música disco de motel de carretera cruzaron caminos el lunes en Bikini, en Barcelona. Adán Jodorowsky ha entrado en escena sin preámbulos, pero verle y oírle depara sensaciones extrañas. Parodia estridente de la estrella pop, mezcla de Alice Cooper, Boris Vian y el Elvis Presley de Las Vegas, sus conciertos son experiencias viscosas de music hall terminal, rico en factor kitsch .

Para quienes crean que el rock se ha hecho aburrido y funcional, y que necesita dosis de espectáculo para recuperarse, Adanowsky es su hombre. Chileno-francés con credenciales ilustres (hijo del escritor Alejandro Jodorowsky), su primer disco, Etoile éternelle , que saldrá en enero en España con el título de El ídolo ; formula un rock vintage de bambalinas polvorientas, que tira hacia el cabaret o el disco-funk con sana voluntad decadente.

Chaqueta brillante, bigote crápula y guitarra eléctrica, Adanowsky dice que combate su timidez inventándose un personaje desorbitado. Un clásico. En Bikini , tomó algo de la afectación calculada de Nicolas Cage cuando, con americana de serpiente, cantaba Love me a Laura Dern en Corazón salvaje . Al mismo tiempo, podía convertirse en un antihéroe discotequero (versión del éxito de los 70 Shame shame shame ) situándose cerca del funk crepuscular de un Arthur H, y sentarse al piano para exorcizar sus penas en Estoy mal y Compagnion du ciel .