Antonio Corazón de León. Tal calificativo bien lo merecía ayer el extremeño Antonio Ferrera, pues, si alguien quiere saber que es la vergüenza torera, asentirá, si vio la corrida de Adolfo Martín lidiada en Madrid, que tal virtud es la que derrocha el diestro. Asentirá a lo justo de ese título tan expresivo el aficionado que pudo vivir, con el estómago encodido por una intensa emoción, el toma y daca del torero con el quinto de la tarde, complicadísimo por buscón.

Fue un toro encastado, sí, pero un toro de los que su casta no deriva en bravura y sí en genio, en genio defensivo, en fiereza cobardona. Tuvo aquella lidia interés, ¡claro que la tuvo!, pero fue consecuencia de la disposición del torero, que no volvió jamás la cara a un toro que se tragaba el primer muletazo de cada serie, pero que en el segundo ya le buscaba. En Las Ventas hubo un triunfador, Antonio Ferrera, que se impuso a casi un imposible por gallardía y disposición, por valentía y entrega, cuando fue capaz de cuajar unas series que, por las condiciones del astado, parecían una quimera. Antes tuvo también un toro muy deslucido, reservón, sin entrega y con un peligro sordo, que se manifestó en estar siempre a su b squeda.

Pero ayer hubo tres toros buenos. Uno fue el tercero, que le cayo en suerte a López Chaves y con él que el salmantino estuvo muy bien. Era pronto y se desplazaba. La faena fue muy emotiva porque el torero se puso en el sitio y corrió la mano con limpieza, generoso de valor y disposición, ligando series por ambos pitones.

El sexto, de pitones, es el más descomunal que este cronista ha visto.