Belén Esteban se ha pasado la semana recluida en casa. En pijama y dando vueltas y vueltas en ese acelerador de partículas en el que se ha convertido su vida. No va al plató. Está rota, retransmite en directo por Twitter. Sin embargo, su representante da cuenta puntual de su evolución en Sálvame : sigue fatal, pero el viernes por la mañana ella y Fran Alvarez "hablarán cara a cara".

En ese guirigay alocado que es el plató, incluso aparece como testimonio una vecina con problemas con el alcohol que disculpa su torpeza al hablar en los "tranquilizantes" que toma en su terapia de rehabilitación. Es jueves por la noche y Tele 5 emite un especial de Belén. Fran entra al programa por teléfono y anuncia que al día siguiente irá a Sálvame Deluxe y explicará su verdad "a coste cero". A estas alturas del reality, es posible --aunque poco probable-- que alguien no sepa que Fran es el marido de Belén Esteban. Y que Belén Esteban dio la vuelta al cerrojo de casa cuando el viernes de la semana pasada una mujer fue a DEC (A3) y dijo haber mantenido relaciones con su marido.

Del folletín al videoclip

Mientras todo eso pasaba, el periodista, crítico cultural y publicista Miguel Roig presentaba su ensayo Belén Esteban y la fábrica de porcelana . Las múltiples vidas de un personaje en la hiperrealidad. El libro no es un juicio sumarial contra Belén Esteban. Que nadie busque sentencias de inocencia o culpabilidad, porque encontrarán un intento de explicar cómo alguien que es famosa por relación puede apuntalar las 20 horas de programación semanal de Sálvame , y cómo, en el caso de este último capítulo, la irrupción de una presunta amante ha permitido que DEC (A-3) gane una de sus pocas batallas contra Sálvame DeLuxe , que todos los programas del corazón de todas las cadenas tengan tema estrella, y que las revistas agoten existencias. Bendito fenómeno, parecían decir a coro.

Primera aproximación de Roig al bendito fenómeno: cuando Esteban se exilia de Ambiciones, escribe, "gana un nuevo hogar, el estudio de Tele 5, una especie de patio de corrala donde comparte su vida en directo con el público, que juega el rol del vecindario y desde donde, en un fantástico juego de hiperrealidad --¿es verdad? ¿es ficción?, se pregunta el perplejo espectador, ante el desgarro emocional permanente--, habla a diario increpando a la cámara".

Roig considera que el personaje-Belén es un "híbrido que bebe del melodrama" pero que, a diferencia de este --que empieza, se desarolla y acaba--, "el tiempo en Sálvame se diluye sin frenos ni prisa en los avatares de su vida personal expuestos sin solución de continuidad, saltando de un impulso a otro y se resuelven siempre fuera del sentido convencional". En la llamada era del vacío y de lo efímero, viene a decir Roig, el guión se construye sobre la marcha. Belén pone el material y el presentador, Jorge Javier Vánquez, lo edita. Manuel Puig decía que el inconsciente tenía la estructura del folletín. Ahora debe de tener la de "un videoclip que emite imágenes y sonidos sin ningún criterio".

Una muñeca rusa

"¿Es cierto que lloraste cuando te viste la cara?", le dijo Jorge Javier Vázquez cuando Belén, como quien estrena una película, presentó su nuevo rostro en una gala. Cinismos aparte, la cirugía suponía un personaje más en ese juego de muñecas rusas que, según Roig, despliega Belén. Es cierto que la historia, dice el publicista, aquí no existe, que la trama es un sinsentido, pero aun así quedan los personajes. Y Belén es madre, mujer despechada, copresentadora, vecina, hija, bailarina, heroína, princesa y ahora también quieren que política. ¿Algún nexo en este avatar mutante? "Su estar en el mundo, de alguna manera, es un permanente enfado que exhibe a modo de resistencia --dice Roig--. El grito de guerra lanzado desde Sálvame , "arriba la Esteban", es un reconocimiento a esa actitud". "¿Cómo estoy? Jorobada", decía Belén en el documental que se emitió el jueves, tras una noche desgarradora en la que se había enfrentado con una periodista examiga. Dejó el plató a lo Madonna, recibiendo vítores de cuantos salían a su paso por los pasillos. A diferencia del programa de Oprah Winfrey, en el que las personas que acuden explican un problema y buscan su solución, en el serial Esteban no hay catarsis. Hay un presente continuo de malestar. Con la exhibición del desgarro permanente ya basta. A nadie en el plató le interesar saber por qué pasan las cosas. Alcanzar la cura sería el fin. "Hay quien se desahoga haciendo yoga, yo lo hago diciendo mi verdad", decía Belén el jueves en el documental.