Hace algún tiempo, con motivo de su 30.º cumpleaños, el príncipe Felipe concedió una entrevista en la que hablaba de su futura, y entonces hipotética, boda. En aquella ocasión, el heredero aseguró que para él, además de un compromiso, el matrimonio era un sacramento. Quedó claro entonces cuáles eran las creencias religiosas del Príncipe de Asturias. Han pasado los años y Felipe de Borbón está a punto de casarse con una persona que ha pasado por una boda civil.

Para algunos católicos ortodoxos un matrimonio civil no existe y se han dado casos --todos conocemos algunos-- de padres que no consideran casados a sus hijos porque ha sido un juez y no un cura quien les ha dado el libro de familia. Pero también hay católicos tolerantes que entienden que no hay nada tan íntimo como las creencias y que cada cual es libre de condenarse al fuego que más le apetezca.

A raíz del anuncio de boda del Príncipe con la divorciada Letizia Ortiz no hay día en el que no salga un obispo --la Iglesia somos todos, pero a veces no lo parece-- que no lance mensajes sobre la conveniencia de que la descarriada haga un acto de contricción. La Conferencia Episcopal tiene evidentemente mucho que decir --dijéramos que son los que saben la doctrina-- pero están lanzando una ofensiva que curiosamente no incomoda a los agnósticos o los ateos, que evidentemente, pasan, sino a algunos creyentes, hartos ya de la inflexibilidad de la jerarquía eclesiástica.

Letizia y el Príncipe se casarán por la Iglesia y se supone que lo harán pensando que, además de ante los hombres, se comprometen ante Dios. Pero su conciencia, es suya.