Hubo un tiempo en el que tener una foto equivalía a poseer un tesoro y las estrellas del cine y la música irradiaban una luz fácilmente confundible con la de la divinidad. "Todo eso terminó. Hoy todos toman instantáneas con el móvil y ya no hay leyendas como las de antes. La fotografía ha sido pervertida por la publicidad". El fotógrafo Terry O'Neill (Londres, 1938) rumiaba este lamento la semana pasada en Madrid mientras paseaba junto a las imágenes que componen la exposición organizada por la Fundación Telefónica sobre su obra. Tenía motivos de mucho peso para la queja: desde la pared le saludaban Audrey Hepburn, Marlene Dietrich, Frank Sinatra, Steve McQueen y los Rolling Stones. Junto a ellos, Robert Redford y Richard Helms charlaban sentados sobre sillas de tijera, Faye Dunaway desfallecía rodeada por una piscina y decenas de periódicos tras recibir el Oscar, y Paul Newman y Lee Marvin miraban en actitud desafiante. También estaba Orson Welles. Y Michael Caine. Y David Bowie. Y Amy Winehouse.

A todos los trató y fotografió en una época en la que el glamur se servía en tarros pequeños y las imágenes que se expendían eran la antítesis del canon arggg de la revista Cuore . La clase y la elegancia eran entonces los atributos de la fama y el discreto O'Neill --hoy un simpático abuelo de 75 años-- tuvo la fortuna de estar allí para levantar acta con su cámara de ese mundo.

En realidad fue eso: una sucesión de golpes de fortuna. Cuando tenía 20 años, obsesionado por convertirse en batería de jazz, empezó a trabajar en el departamento fotográfico de British Airways con la esperanza de tener así más cerca la posibilidad de viajar a Estados Unidos, la cuna de su música favorita. Hasta que un buen día, sin saber quién era el personaje, retrató al ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno británico durmiendo en el aeropuerto y el Daily Sketch le compró la foto y los servicios.

Con su primer sueldo se hizo con una pequeña cámara fotográfica que le sirvió para empezar a retratar a los tipos que poblaban su ecosistema vital. "Tuve la suerte de estar en el lugar y el momento adecuados. Me tocó vivir el Londres de los fantásticos años 60", rememora. Un día retrataba a los Beatles en el patio trasero de Abbey Road mientras preparaban su álbum de debut, "y al poco me pedían que fotografiara a los Rolling Stones. Luego a Ava Gardner, luego a Frank Sinatra, y cuando vine a darme cuenta, toda aquella gente y aquellos ambientes se habían convertido en mi vida. Pero todo fue por casualidad".

El secreto de ser invisible

Su talento, autodidacta y afinado a base de clics, hizo el resto. Cuenta Terry que su secreto consistía en ser invisible. Esto le dio acceso al mundo privado de las estrellas, con las que convivía durante varios días para obtener una foto, primero en Londres y luego en Estados Unidos, junto a la flor y nata de Hollywood. También posaron para él las mejores modelos, y políticos, como Margaret Thatcher y Nelson Mandela. Pero él se queda con una figura: "Sinatra fue la personalidad más atractiva que he conocido. Entraba en una habitación y la electrizaba". A O'Neill no le quedan mitos que retratar. "Es que ya no hay. Bueno, me haría ilusión fotografiar a Messi y Cristiano Ronaldo juntos, quizá lo consiga", deja caer.