La Compañía de Jesús apenas cuenta hoy en el mundo con 18.000 miembros, discípulos de san Ignacio de Loyola, la mitad que en los años dorados del Concilio Vaticano II, por la sangría de vocaciones. Pero ha vuelto con la elección de uno de ellos como Papa, Jorge Bergoglio, a la cima de la cristiandad y a sumar en sus filas al mismo tiempo a las dos personas más poderosas dentro de ella: el Papa blanco, denominado así por su característico hábito inmaculado, y al conocido como papa negro, el general de la orden, siempre vestido con sotana negra. En sus 493 años de historia acarrea un pasado complejo. De luces, por ejemplo con su labor a favor de los pobres con algunos sus miembros asesinados, como hizo el ejército de El Salvador por sus nexos con la guerrilla marxista, y de sombras o intrigas en las altas esferas, que llevaron a la Real Academia Española a dar al adjetivo jesuítico una segunda acepción de "hipócrita, disimulado".

Marginada por Juan Pablo II, sobre todo por sus devaneos con la Teología de la Liberación, la orden se ha enfrentado muchas veces a Roma y en los últimos tiempos al Opus Dei y los movimientos católicos neoconservadores. Todo ello a pesar de contar entre sus filas con fieles defensores de la ortodoxia doctrinal católica y el conservadurismo más extremo. Pero, al mismo tiempo, permite que los curas más progresistas desempeñen su labor con bastante libertad, en barrios marginales y zonas pobres.

Sensatos y abiertos

Su teología, según los especialistas, es de enorme contenido espiritual, "pero siempre con los pies muy en la tierra", matiza Federico Pastor, exjesuita y presidente de la progresista Asociación de Teólogos Juan XXIII, quien considera lógico que "Roma a veces los digiera mal" como muestran las recientes condenas de dos de sus grandes teólogos, Jon Sobrino y Roger Haight.

Pastor estima que el 80% de los jesuitas, entre los que incluye al Papa, "son sensatos, más bien abiertos", un 10% son "progres y demasiado lanzados" para la orden y el otro 10% son "conservadores a ultranza". "Lo principal es que la formación, teológica, filosófica y abierta a otras disciplinas, es buena y uno que la posea no puede ser muy bruto", asegura, al tiempo que resalta el compromiso de los jesuitas con los sectores más pobres y su capacidad, derivada de una excelente educación, para trabajar en ambientes conflictivos.

La enseñanza es, además de la política, el principal soporte de la compañía para mantenerse en la vanguardia intelectual del catolicismo y tener una inconmesurable influencia en todo el mundo. En sus colegios y universidades estudian 1,5 millones de alumnos, cifra que se duplica si se suman los chavales que acuden a centros de la red Fe y Alegría en áreas desfavorecidas de países pobres. Aunque lo niegan oficialmente, se exige a los jesuitas un nivel medio alto de inteligencia, disciplina y rendimiento académico.

"Los jesuitas siempre han sido buenos estudiantes", aseguró el vicario general de la diócesis de Alcalá de Henares, Florentino Rueda, al ensalzar la figura del actual Papa y su paso por la ciudad complutense. Para llegar a ser miembro de la orden, además de la renuncia a los placeres del mundo terrenal, se les exige un itinerario formativo de 15 años en el que adquieren un bagaje que hace de ellos un auténtico cuerpo de élite del catolicismo. Entre sus alumnos se cuentan Voltaire, Cervantes, Ortega y Gasset, Hitchcok y Fidel Castro, y entre los padres jesuitas, Boscovich y Kirchner, precursor de la teoría atómica y creador de la geología moderna, respectivamente.

Expulsados

Los expertos en la orden sitúan su principal sombra en las incursiones en la vida política del siglo XVIII, con confesores de reyes e incluso la creación de una red europea de agentes secretos, que les llevó a la expulsión de varios países, como España en tiempos de Carlos III. También fueron expulsados en la Segunda República. Hoy aseguran estar alejados del poder y mantener el voto de no hacer carrera dentro de la Iglesia ni aceptar cargos "salvo por imposición". Así lo apuntó el martes el padre general, Aldolfo Nicolás, dejando entrever que Bergoglio se limitó a obedecer el mandato del expapa. La orden solo cuenta con 63 obispos y 6 cardenales en el mundo, incluido el Papa.