El italiano Angelo Scola versus Odilo Pedro Scherer, brasileño. Son los candidatos sonda que probablemente surjan en la única votación que se celebrará el próximo martes, primer día del cónclave que elegirá al sucesor del papa Benedicto XVI. Si se cumple el pronóstico, Scola, arzobispo de Milán, será el primer candidato estrella del grupo llamado reformista, mientras que a Scherer le votarán los electores vinculados a la curia (Gobierno central de la Iglesia) y parte de los italianos.

La ventilación de las candidaturas preferentes de Scola y Scherer podría tener como único objetivo el de quemar precisamente sus posibilidades, de acuerdo con la secular experiencia de los cónclaves. Sin embargo, ambos se corresponden a las dos tendencias principales que han ido evidenciando los cardenales en estos días. No se plantea un pulso entre conservadores y progresistas: conservadores lo son todos, pero unos tienen mucho más claro que hay reformas inaplazables para la Iglesia.

Scola parece tener el apoyo en esta fase de los cardenales europeos, principalmente los alemanes, y de los norteamericanos, lo que significa que cuenta con los dos paquetes de votos más influyentes. La elección de Scherer, arzobispo de Sao Paulo, que de por sí constituiría la novedad exótica del primer papa extraeuropeo, comportaría el nombramiento como secretario de Estado --quivalente a un primer ministro-- de un italiano, muy probablemente procedente de la curia. "O se elige a un papa fuerte o a un secretario de Estado con capacidad", dicen los expertos.

La primera votación sirve tradicionalmente para medir las fuerzas. Según los votos que reúna cada uno de los candidatos sonda, los electores irán desplazándose de bloque, o entrando en uno de los ya formados, para converger paulatinamente hacia un solo candidato. Hasta sumar al menos 77 votos, dos tercios de los electores, condición establecida y reafirmada por Benedicto XVI para que el resultado sea en la mayor medida posible compartido por todos.

El candidato final será muy probablemente una síntesis de los dos bloques. Entre los posibles se habla del húngaro Péter Erdó y el siempre presente canadiense Marc Ouellet, descartándose africanos y asiáticos. "La Iglesia está preparada, pero el mundo aún no", han justificado varios electores.

Pero la vaticanología es una ciencia esotérica y más bien inexacta, no solo porque deba considerar la variable independiente del Espíritu Santo sino por las trifulcas internas, algunas de gran calibre, de la curia y de la Iglesia en general. Y nunca se sabe lo que puede acabar pasando: en 1958, el empate prolongado entre dos cardenales italianos terminó con la elección de un tercero, anciano y que supuestamente iba a ser de transición: Juan XXIII, que revolucionó la institución convocando el Concilio Vaticano II.

LARGA REFLEXION La prolongación de las congregaciones generales --las reuniones de cardenales previas al cónclave-- hasta el lunes indica que la llegada de los electores forasteros a Roma ha impuesto una larga reflexión antes del voto, que los curiales, también llamados el "partido romano", parecían querer evitar. En las reuniones precónclave han tomado la palabra unos 100 cardenales, pero el portavoz vaticano, Federico Lombardi, dijo ayer que "todavía hay muchos inscritos" para hablar.

Sobre la mesa no solo está el escándalo de la pederastia, sino otros asuntos de gran envergadura: la reforma del Gobierno central de la Iglesia y del papado, el establecimiento de una colaboración permanente entre el papa de Roma y los 4.000 obispos repartidos por los cinco continentes y, en suma, la modernización de la Iglesia y su conexión con la sociedad, lo que el teólogo apartado de la enseñanza Hans Küng llama "una nueva primavera".