Los beneficios de internet son indiscutibles. Pero tampoco hay que dejar de lado los problemas nuevos que acarrea su uso. Incluso internet propicia la aparición de nuevas patologías o se convierte en caldo de cultivo de otras ya existentes. Es el asunto de la hipocondría, que en el caso de internet, se conoce como ´cibercondría´. Es la obsesión de encontrar diagnóstico a través de las páginas web de medicina.

Muchos aprensivos creen que encuentran respuesta a sus dolencias imaginarias por medio de las consultas a algunas páginas especializadas en medicina. En Europa se registraron más de 60 millones de usuarios de información sanitaria en la red en 2007.

De hecho muchos son los médicos de cabecera que afirman que sus consultas se llenan de pacientes hipocondríacos que acuden con páginas de internet impresas en las que aparece una grave enfermedad, que curiosamente creen que padecen.

Una parte de la población es tan aprensiva que sufre trastornos de ansiedad como consecuencia del uso inadecuado de esta gran herramienta que es internet.

Uno de los principales problemas es cómo poner freno a esta práctica que suele desembocar en un proceso de automedicación nada recomendable.

La hipocondría es estudiada por la psiquiatría y ésta estima que afecta a un 5% de la población. Los hipocondríacos interpretan una serie de manifestaciones orgánicas como síntomas de una patología, a pesar de que una exploración médica demuestra que no existe.

El hipocondríaco no está satisfecho con los resultados y siempre insiste en que padece una grave enfermedad. De hecho, muchos especialistas ya hablan del "doctor shopping" al referirse al peregrinaje de los hipocondríacos por las consultas de médicos.

Si uno teclea ´dolor de cabeza´ en Google, obtiene 1.520.000 resultados. Ya en la primera página del buscador aparecen el tumor cerebral, la demencia y la esclerosis múltiple.

¿Dolor de pecho? 195.000 resultados, y el ataque cardiaco está entre los primeros. ¿Infección ocular? 189.00 páginas; bien arriba, un poco antes de un vínculo que habla de algo llamado ´infección ocular de la tortuga de orejas rojas´, se halla la ceguera cortical. Dados estos resultados, quizá convenga echar mano de una frase incómoda --"doctor, necesito una segunda opinión"--, o cerrar la máquina y acudir a los humanos.

Cuenta Jordi de Dalmases, presidente del Colegio de Farmacéuticos de Barcelona, que un día se presentó en su farmacia una señora con un pliego de páginas que acababa de imprimir desde quién sabe qué web. En ellas, decía, quedaba meridianamente claro que el dolor de rodillas que sufría no era otra cosa que un carcinoma de huesos diseminado en pequeñas calcificaciones. "Le respondí que a mi abuelo también le dolían las rodillas, que le dolieron toda su vida, y que lo único que hizo fue darse friegas con alcohol de romero", señala De Dalmases.

CAMBIO DE MEDICO Hay ejemplos peores. Aunque trabaja en un centro en el que predominan los enfermos de edad avanzada, poco o nada habituados a internet, el doctor Albert Boada de Cornellá, ha detectado casos de cibercondría en sus pacientes jóvenes, que utilizan la red para obtener incluso un segundo diagnóstico. "Algunos me sugieren las pruebas diagnósticas que, según han leído, están indicadas para descartar o confirmar tal enfermedad", explica.

A veces, dice, se confunden cuando se atribuyen los peores síntomas de lo que han leído. "Tuve uno que, desde que llegó, estaba convencido de sufrir celiaquía grave o intolerancia al gluten de los cereales --recuerda Boada--. Le hice las pruebas correspondientes, y quedó descartada, pero él insistió e insistió", comenta el doctor.

El paciente no quedó convencido y, finalmente, decidió cambiar de médico. Son las cosas de la cibercondría.