En El Corte Inglés de Vigo ya sabían, por costumbre, que si les visitaba un portugués de mediana edad al que llaman o cacique, de aquello que comprase pronto aparecerían imitaciones en el mercado de A Pedra, a un kilómetro.

Con ojo profesional, el cacique examinaba polos, camisetas, bermudas de buena marca y se llevaba una de cada. Los vendedores de ropa de la ciudad gallega, que de vez en cuando lo vuelven a ver, saben que no son para él, sino para que sus tejedoras de la periferia de Oporto saquen patrones mientras él busca tejidos parecidos.

Hace ahora un año, el Juzgado de lo Penal 2 de Vigo condenó a hasta 18 meses de prisión a 26 tenderos de A Pedra, detenidos en una redada en octubre del 2014. Un pool de marcas deportivas y de lujo afectadas integró la acusación particular. Desde entonces, A Pedra agoniza, obligadas sus tiendas a ir por lo legal.

Pontevedra pierde fuelle

En la Asociación para la Defensa de la Marca sospechan hoy que, para las prendas y zapatillas de Portugal que no se envían por paquetería, ya no es la frontera pontevedresa lugar de tránsito, sino la raya de Salamanca. Lo harán llegar a la manta intermediarios marroquís y, sobre todo, africanos subsaharianos. «Los manteros senegaleses confían más en un angoleño o un mozambiqueño establecido en Portugal», comenta una fuente policial de la zona.

Lo que no han cambiado es el origen -el área metropolitana de Oporto- y el destino: las aceras de Madrid y Barcelona. Un enjambre de tejedoras y autónomos buscan sobresueldo en sus casas o en la maraña de pequeños talleres del textil del norte de Portugal, dedicando horas extra a la contrafaçao (falsificación) de camisetas futboleras y zapatillas.

Oporto y alrededores concentran el 85% del textil portugués; 75.000 empleos. La competencia de China arruinó a multitud de hogares. Ahora la zona vive un renacer, con más de 6.000 pequeños talleres. Pero no ha desaparecido la pobreza de las tejedoras en el Portugal de la posquiebra, y han buscado acomodos en la economía sumergida. Aunque vuelvan a tener empleo, no dejan la contrafaçao.

España y Portugal son los destinos casi únicos de sus labores. Y no solo los almacenes que surten a los manteros: también las tiendas de La Jonquera (Alt Empordà), pese a los golpes policiales. El más grande provocó 71 detenciones en los almacenes de la ciudad gerundense el 29 de noviembre del 2016. Tres decenas de tiendas fueron cerradas entonces. Dos años después, siguen abiertas con producto falso. Parte de la mercancía venía (y viene) de Portugal. La contrafaçao es el principal quebradero de cabeza de la ASAE (Autoridade de Segurança Alimentar e Económica), unidad de la Policía Criminal portuguesa que colabora mucho con la española.

‘Sapatilha d’Ouro’

El 5 de mayo del años pasado, la ASAE golpeó a uno de los más discretos talleres de zapatería de Vila do Conde, al norte de Oporto. Los policías lusos, de gusto más rococó que los españoles, bautizaron como Sapatilha d’Ouro a la operación. Incautaron 210.000 euros en metálico y 7.870 Nike y Adidas falsas que en la manta habrían valido 300.000 euros. El dueño es un tipo discreto; oficialmente, su pequeña SL solo tiene un obrero: él.

El trabajo de la ASAE no es fácil, pues sus jueces exigen la personación de las marcas de lujo como perjudicadas en los pleitos por contrafaçao. «Y si en un taller se descubren falsificaciones de más de diez marcas, solo los peritajes retrasan la instrucción un año», relata Xosé C., agente comercial de moda que se mueve al norte del Miño.

Además, la fiscalía lusa no valida incautaciones sin queixa (denuncia) previa. Por eso la ASAE mantiene una web de denuncias. En 2017 llegaron a ser 3.000.

La vida cambia: no era costumbre la delación entre las tejedoras portuguesas, unidas por la adversidad que les trajo la globalización. Xosé C., gallego del sur, donde tan cercano es el paisanaje a los lusos del norte, refiere un motor para las denuncias: el impago. «Escribir a la ASAE es la forma de devolvérsela al taller que te despidió, o al cliente que no cumple».