TCton la sabiduría que dan muchos años cociéndose a fuego lento por las carreteras, decía mi tío Carmelo : tiempo es de que lo haga, cada vez que alguno nos quejábamos del frío o del calor en plena temporada. Claro que él venía de echar alquitrán en agosto o de quitar hielo en diciembre, y eso le daba un punto de experiencia que ninguno teníamos. Luego, se echaba un trago largo del botijo, y caía rendido a las doce de la noche, como cenicienta, y sin aire acondicionado, ese invento cuyo abuso ha convertido las oficinas en Siberia y los bares en sitios íntimos donde susurrarse al oído las ronqueras respectivas.

Me acuerdo de él cada vez que subo en un ascensor o tengo que hacer cola. Qué calor hace, me dice una mujer mayor dispuesta a fracturarse el pecho a golpe de abanico. Y usted que lo diga, contesta otra, sacándose el pañuelo de papel de ese paraíso de sudor entre la faja y las lorzas. Es el viento sahariano, afirma una meteoróloga de la universidad del telediario. De pronto las tres me miran esperando mi aportación. Se corta el silencio, y cuando estoy a punto de soltar la sentencia familiar, y recordarles que en verano es normal el calor, que lo que no es normal es vivir entre osos polares y abrigarse en el salón de casa, de pronto me sale la otra frase socorrida para ascensores. Parece que va a llover, afirmo.

Entonces las tres me miran con respeto sobrehumano. Yo no lo he visto en la cinco, pero a una tía mía que tenía un clavo le pasaba igual, dice la meteoróloga. Y salimos las cuatro en la planta quinta tan contentas, con los temas cumplidos: tiempo, familia y enfermedades.