Pasaban más de dos horas y media largas de un tedioso espectáculo. Y la presidencia, en varios casos precipitadamente, había devuelto ya a los corrales hasta cuatro toros, entre titulares y sobreros, de una corrida que a esas alturas se hacía insufrible en el tendido. Incluso había quien apremiaba a Daniel Luque a terminar pronto su faena a ese sexto ejemplar de Parladé con el que se esforzaba en buscar un lucimiento que no llegaba. Todo el mundo se quería ir.

Pero Luque siguió empeñado en buscarle las vueltas al animal hasta que, mediado el trasteo, encontró la distancia perfecta del cite y, de uno en uno, le sacó muletazos templados, de relajada expresión, que el toro agradeció tanto con la gente que ya renunciaba a emocionarse.

Ya con el tercero, otro toro de muy escaso fondo de Parladé, Luque había toreado con naturalidad y relajo, con temple en su figura y en sus muñecas, para cuajar media faena notable hasta que el astado se paró irremisiblemente.

Miguel Angel Perera mató finalmente el tercer y cuarto sobreros, de las divisas de San Pelayo y Las Ramblas. El primero, pese a sus justas fuerzas, tuvo un galope rítmico y dulce en todas sus arrancadas, mientras que el otro, escobillado del pitón izquierdo, se movió sin clase ni celo. Le hizo a ambos faenas largas, con un buen planteamiento técnico, perero, formalmente, fueron dos trasteos insulsos.