Estaría bien que los españoles, tan proclives a lamentar lo imperfecto de nuestra democracia cuando nos irrita la última decisión política del gobierno de turno, nos cargáramos de optimismo ante lo que está sucediendo en Egipto. Y lo que está sucediendo es que, cansados de ser ciudadanos de segunda, los egipcios se han echado a la calle para activar una revolución hacia la democracia. Sí, una democracia como la nuestra: imperfecta.

Ahora que Hosni Mubarak ha abandonado el país por la puerta trasera, Egipto inicia una nueva era mientras celebra a lo grande que sea el pueblo quien vaya a tomar las riendas de su futuro. Eso quiere decir, en el mejor de los escenarios posibles, que a los egipcios les ha llegado la hora de gobernarse a sí mismos. La injusticia de la dictadura tendrá que dejar paso a la inevitable injusticia que conlleva el ejercicio de la política. En el futuro, si todo va bien , Egipto tendrá que soportar, como ocurre incluso en la mejor de las democracias, a dirigentes ambiciosos y corruptos que tratarán de hacer del país un cortijo propio. Sufrirá el clientelismo, el sectarismo, el juego sucio entre los partidos, cuando no el nacionalismo y el fanatismo religioso. Pero ya habrá tiempo para quejarse de esos inconvenientes. Habrá tiempo para escuchar a algunos tristes afirmar, compungidos, que contra Mubarak se vivía mejor. Sí, ya habrá tiempo para abrazar el pesimismo. Ahora solo cabe celebrar el valor y el corazón de un gran pueblo que dice adiós a un pasado polvoriento para recibir con los brazos abiertos a esa mirífica democracia imperfecta con la que llevaba tiempo soñando.