La pena de las víctimas es enorme; en una tragedia masiva como la de Santiago, aún más por lo súbito de la devastación. El tiempo curará o paliará algunos daños, físicos y psíquicos de los afectados. Pero partimos con una seria desventaja. La ayuda material a las víctimas, como sabemos que pasa desde los bichitos de la colza, es tan miserable como rácana; obliga en ocasiones a enormes viacrucis administrativos y judiciales. Se ha repetido después con el Prestige , con el Yak-42, con el 11-M, con el metro de Valencia, Lorca, Spanair -

Hay que añadir otra tara: desfigurar la responsabilidad política a costa de la judicial, que desde instancias oficiales se entorpece sin recato. Es más: las comisiones de investigación, presuntamente técnicas e independientes, son tan técnicas e independientes como las que dieron lugar a los desastres: malos diseños, malas verificaciones, malas puestas en servicio, nulos controles efectivos- De la comisión que el Ministerio de Fomento proclama ahora, magros resultados cabe esperar; si antes no funcionaron, no hay razón para que vayan a funcionar ahora. Aun partiendo de diseños correctos, no se aclarará por qué razón técnica esos diseños se abandonaron en favor de nuevos criterios, beneficiosos para unos o no perjudiciales para otros.

Todo un yacimiento de sospechas se abre ante nosotros, sin contar que no son ajenos importantes sectores privados, que son los que, como contratistas, suministran desde el papel para los planos hasta las luces de las balizas o forman operarios. Sus conclusiones serán tan claras como una nube en un túnel. Los peritos judiciales intentarán, sin medios y con accesos ilegítimamente vetados, aportar luz, pero con el resultado, en el caso del Prestige , 10 años después; o como en el caso del metro de Valencia, nunca hasta ahora.

Para no hablar de las vergonzantes comisiones parlamentarias. Si se llegan a constituir, las mayorías se cierran en banda limitando el tiempo de su duración y la lista de comparecientes. Por si fuera poco, algunas de las preguntas que estos reciben son sonrojantes.

A su vez, los técnicos, pese a su pretendida verdad pura, callan. Quizá, de hablar, su trabajo correría peligro; por tanto, público silencio. De nuevo, todo sobre los jueces, a los que luego, copados y sin medios, se les ataca desde los poderes, tildándolos de corporativos, perezosos e influenciables.

El panorama que pinto, que los hechos corroboran una y otra vez, es todo menos alentador. Pero si hemos llegado hasta esta cota de inoperatividad se debe a que el sistema ha tocado fondo- y sigue escarbando. Mírese el aspecto que se mire, emerge el fin de ciclo. Solo que los que creen mandar aún no se han enterado.

Mientras no sepamos la verdad de por qué pasa lo que pasa, mientras no dejemos de centrar el error humano en el eslabón más fácilmente linchable y, sin embargo, no lo centremos en la incuria del establishment , ni las víctimas ni el resto de ciudadanos tendremos el lenitivo que nos merecemos.