TSter político en España es la mar de duro. Me río de los buscadores de diamantes del Africa, me río de los secadores de coca colombianos, me Río de Janeiro y sus constructores de fabelas. Al menos allí los obreros gozarán de alguna horita de paz y de sosiego, digo yo. Pero nuestros políticos, ay, de qué gozan, quién los cuida, quién los mima. Hagan lo que hagan siempre son criticados. Digan lo que digan, son objeto de chanza, mofa y cachondeo. Observe usted que cuando nuestros líderes señalan hacia la derecha, el público mira hacia la izquierda; si apuntan hacia la izquierda, nos miramos el ombligo. El caso es llevarles la contraria. Y así no hay quien lidere. Y mira que lo intentan, los pobrecillos. Cuántas veces tendrán las criaturas que demostrar que por complacernos son capaces de renunciar a sus hábitos más preciados. Abandonan, si la ocasión lo requiere, sus panas y sus tergales y se visten como notarios, de punta en solfa, y ni tenemos el gesto de agradecérselo. Con razón dicen que en España hace tiempo que ningún partido gana las elecciones, sino que es el otro el que las pierde. Porque nos cansamos de todo, sobre todo del que gobierna. Cómo no van a estar los chiquillos sumidos en el desconcierto. Ahí los tiene usted, que no saben si tirar a la izquierda o a la derecha y se hacen republicanos y monárquicos, ecologistas y taurinos, intelectuales y futboleros, laicos y cofrades y, si me apura, costaleros del Sagrado Corazón. Todo en uno. Pues ni por esas: seguimos sin estar contentos. Si sacan a la luz sus declaraciones patrimoniales, nos escandaliza el sabernos gobernados por niños ricos. Si no las sacan, nos mosquea el secretismo. Si roban, chorizos. Si no roban, quítate tú para ponerme yo. Sólo faltaría que sus depresiones no las cubra la mutua.