Martín Rozas no viajaba en el tren accidentado, pero desde el bar que regenta su familia, situado a unos escasos 50 metros de donde aterrizó el vagón que voló por encima del talud, ha ayudado todo lo que ha podido. Fueron los clientes y los dueños de este bar del barrio de Angrois --unos 150 vecinos en la zona rural de Santiago--, los primeros en llegar a prestar auxilio al vagón, que había aplastado el palco de la feria.

Algunos de estos vecinos no dudaron en romper con sus propias manos los cristales de las ventanas del tren para rescatar a las víctimas. Algunas, reconoce Martín, se les murieron en las manos "con mucha pena". "Era algo espeluznante", asegura este joven, que en cualquier otra víspera de las fiestas de Santiago Apóstol habría cerrado el bar sobre las once de la noche. Sin embargo, la del 2013 no la olvidará jamás, y no solo porque tuviera el bar abierto hasta el amanecer.

Otra de las historias de esta tragedia es la de Ana Belén Leis, santiaguesa de 37 años con dos hijos pequeños y residente en Villena (Alicante). Viajaba en el primer vagón del tren a Santiago para la celebración de una comunión este fin de semana. Tuvo el primer impulso de ir a su casa tras el accidente ferroviario sin pasar antes por un centro médico. El siniestro ocurrió a unos escasos 400 metros de la casa de sus abuelos, donde iba a hospedarse.

Al final, tras ser atendida por su tía política, Ana Belén acudió al Policlínico de Santiago, donde permanece ingresada, con lesiones en un ojo, cortes por cristales en la cabeza y dolor en una pierna. Su abuela, Soledad Dubra, cuenta la historia de su nieta emocionada, con lágrimas en los ojos.