Qué casualidad que quienes organizan estas cosas hayan decretado que hoy es el Día Mundial del Clima, justo en el setenta aniversario de Richard Dawkins , el científico que escribió El espejismo de Dios y que lleva años defendiendo la tesis de que para salvar, no sólo al planeta, que ya es mayor y sabe salvarse solito, sino, lo que es más urgente, para salvar a nuestra propia especie, hay que salir del armario de la arrogancia, plantarle cara a los dogmáticos y decirles bien claro a moros, cristianos y judíos: señores, hasta aquí hemos llegado. Porque, ateniéndonos a los hechos, ni los unos ni los otros tienen ni idea acerca de quién o qué ha hecho al mundo ni con qué objetivo, ni si hay vida después de la vida o, como todas las evidencias apuntan, la vida se acaba cuando acaba el último aliento.

De modo que lo sensato sería dar un puño sobre la mesa y gritar: ya va bien; es hora de abandonar las estupideces, los velos, las liturgias, las zarandajas y arrimar el hombro hacia un auténtico humanismo. Porque el verdadero calentamiento global no lo producen las máquinas ni los tsunamis ni las centrales nucleares, sino la ignorancia y la arrogancia de creerse inmortales, hijos predilectos de un Dios. ¿A quién le importa un simple planeta cuando te espera un Paraíso Eterno?

En ese sentido, apartar los crucifijos de las escuelas es un paso adelante, pero insuficiente. Hay que continuar arrojando de las aulas toda manifestación religiosa. Hay que educar desde el absoluto laicismo, enseñando, como corresponde a la ciencia, lo que se sabe y lo que se ignora, no lo que se cree. Para ser personas decentes no es necesario ningún Dios, pero basta una sola religión para llevar a un planeta al desastre y a los hombres a la locura.