TEtn ellos confío, en la gente con empuje para quienes todo es un reto. Pase lo que pase siempre idean una solución. Mentes lúcidas y personalidades emprendedoras, inasequibles al desaliento. Me causan envidia y al mismo tiempo me tranquilizan. Cuando las malas noticias sobre el inmediato futuro se suceden, cuando en el común de los mortales ha arraigado la certeza de que la posición de hoy es mejor que la que ocuparemos mañana, esta gente corajuda es la única que puede encontrar la salida. Son personas valientes, animosas. Las hay de todas las edades. Jóvenes y mayores. En sus manos está el porvenir. Se les puede encontrar en cualquier parte. Son los que tienen un caminar templado mientras los otros, desalentados, pensamos en tirar la toalla. De gente así se aprende que quien aguanta y persevera gana, y que es preciso tender la mirada hacia el horizonte, el del este, por donde el sol sale. Pienso hoy en ellos. Las noticias de primera hora de la mañana me sumieron en el desaliento. Nos exigen más sacrificios. Llegarán de un momento a otro, con sus ventosas (me refiero a los de siempre, a los que he imaginado como escurridizos seres multiformes o como a los hombres del saco de los que también he escrito) y volverán a sacarnos la sangre. Debilitados, muchos queremos escondernos, meter la cabeza bajo el ala, huir a algún lugar donde no nos encuentren, pero sabemos que es imposible, que estamos irremediablemente en medio de la tormenta. Y nos entra la angustia cuando vemos que la pared es cada vez más alta y empinada. Afortunadamente ellos, los corajudos, están ahí. Caminando, paso a paso. Buscando la mejor senda, abriendo nuevos caminos. Existen y nos procurarán un nuevo futuro, porque llegarán arriba y volverán a levantar lo que los sangradores están derribando. Están entre nosotros. En ellos confío.