TNto pretendo continuar machacándoles con mi periplo de descanso, pero quiero detenerme en una estampa que he visto con asiduidad en estos días: padre, madre y tres hijos. Es la foto familiar de los europeos, no españoles, que mayoritariamente he podido contemplar. Restaurantes, tumbonas de playa o senderos, en cualquier parte te los encontrabas. Hermanos jugando, los mayores pendientes de los pequeños, en fin, aprendiendo a compartir y a responsabilizarse. Observaba a las parejas españolas, con su único hijo o dos como mucho. En más de un caso, pequeños vociferantes y egoístas; futuros adultos maleducados, poco inclinados a favorecer al vecino o compañero de trabajo. Mal porvenir vislumbraba mientras iba reflexionado sobre los distintos comportamientos y pensaba en la soledad que espera a estos niños, muchos de ellos únicos, cuando lleguen a esa edad en la que, más que nunca, necesitamos del calor y el apoyo de la familia. Estas reflexiones, evidentemente, subjetivas sobre los inconvenientes de núcleos tan reducidos, se complementaban con los datos objetivos publicados por el INE. La media es de 1,39 hijos por mujer entre las españolas. Decía el Instituto de Estadística que estamos mejorando, aunque no lo suficiente para frenar el envejecimiento de la población. Mi madre tuvo cinco hijos que ahora contribuimos al mantenimiento del sistema pero, para cuando nos jubilemos, la población activa estará formada por los hijos únicos o las parejitas. Pocos para mantener el nivel de prestaciones para el que estamos cotizando y al que tenemos derecho.

Si el índice de natalidad no aumenta y la población no se repone, mal lo tendremos los hijos de las familias numerosas del pasado.