TNti en vacaciones se hace el silencio. Si se marchan, deben aprovechar el tiempo de descanso para sosegarse, escribir, leer, pasear, tomar el sol o hacer trekking, lo que a cada uno más les guste, pero para hacer cualquier actividad distinta de la que realizan el resto de los trescientos treinta y cinco días del año (habrán comprobado que sé restar). Eso es sano y ayuda a recargar pilas, menguadas tras la larga brega. Son vacaciones, tiempo para alejarse de lo que durante el resto del año nos ocupa. Pero no, imposible, como si una obsesión malsana les impidiera desconectar o como si se sintieran obligados a responder a cualquiera envite.

Creía que eso de estar a la que salta era cuestión de los años mozos, cuando se siente la necesidad de hacerse notar, de hacer sentir a los demás que estás y que continúas dispuesta a seguir estando (quien fue a Sevilla perdió su silla); que una cosa es disfrutar del descanso vacacional y otra, muy distinta, es dejar que alguien interprete que quien calla otorga y decidan, aprovechando la ausencia, asignar el sitial a alguien menos cansado y dispuesto a seguir haciendo declaraciones en agosto.

Sea por lo que sea, lo cierto es que ni en vacaciones se calla. Y yo, como mera lectora de prensa y oyente de radio (la tele en verdad consigue engancharme menos porque siempre me distraigo con alguna hoja del potos que amarillea, quizás por exceso de agua, o con algún viso en el cristal de las gafas, quizás por lo contrario), decía que yo, la oigo y la oigo y pienso: ¿por qué no te callas?

Perdón; que después de un montón de líneas resulta que no les he dicho que me refiero a Cospedal . Ni debajo del agua permanece en silencio ¡Qué cruz debe ser la suya y la de su familia o amigos, o la de quienes con ella compartan el --sin duda merecido-- descanso¡

Silencio- por favor.