Se abrió el portón de la doble puerta que comunica el patio de caballos con el ruedo y se escuchó una ovación atronadora. Eran las seis y dos minutos de la tarde cuando Enrique Ponce, El Juli y Miguel Angel Perera iban iniciar un paseíllo destocados, como corresponde a los debutantes en una plaza.

Todo en la hermosa plaza de Don Benito era nuevo inmaculado y el público, que abarrotaba los tendidos, se sabía partícipe de un hecho histórico. Y así, antes de terminar el desfile, pararon los toreros en medio del ruedo, y sonó el himno de Extremadura. Se cantaba en una nueva plaza, en lo que era un testimonio certero del momento que vive el toreo extremeño.

Para la ocasión se eligió una corrida de Jandilla, con el añadido de un toro del segundo hierro de la casa. Topinero, que abrió plaza, era un toro reunido y bonito, que resultaría suavón pero muy justito de raza.

Enrique Ponce se estiró con él en lances suaves a la verónica, le dio un puyazo José Palomares, y clavó el primer par de banderillas Antonio Tejero, lidiándolo Alejandro Escobar.

El animal tenía querencia hacia los adentros y el valenciano inició la faena por abajo ayudándole a ir hacia delante. Fue ese un trasteo de poca transmisión porque al jandilla le costaba repetir, pero Ponce lo llevó con suavidad y al final dio de uno en uno los muletazos. Paseó la primera oreja de la historia de la plaza.

El cuarto, muy noble

El cuarto fue un toro muy noble, que tuvo clase en la embestida y con el que se encontró a gusto el torero. Le faltó chispa pero la cabeza de Ponce hizo el resto. Primero en los lances a la verónica ganando terreno hacia los medios y después con una puesta en escena personalísima, cuando aunque daba los muletazos de uno en uno, la estética tan genuinamente poncista todo lo llenaba y atraía las miradas como un imán. Las poncinas, esos muletazos de rodilla genuflexa de arrebatadora belleza fueron el colofón a una faena muy expresiva.

El Juli sorteó a Ferretero, que fue el toro de la tarde porque volvió indultado a los corrales. Era un toro bonito, abrochado de pitones, que metió bien la cara en el capote del madrileño y apretó en el caballo en la única vara que tomó, aunque se dolió en banderillas.

En la muleta cayó en las sabias manos de El Juli, quien le hizo ir a más. Primero con la diestra en dos series muy templadas por abajo; después al natural cuando los pases eran de gran rotundidad. Fue una faena muy larga con el animal que resultó superior para la muleta, pues aunaba fijeza, prontitud y repetición. Escarbó pero El Juli lo cerró y cuando los pañuelos reclamaron el indultó, don Manuel Lucia, el presidente, lo concedió

El quinto fue un toro de poca clase. Iba con la cara a media altura y deslucía el pase. El mérito de la faena fue templar esa embestida nada fácil. Cobró una gran estocada y completó la tarde con otra oreja.

El detalle de Perera

Miguel Angel Perera sorteó en primer lugar el toro de Vegahermosa, con el que lució con el capote, que maneja mucho mejor, y brindó en un bonito detalle a Juan Barco, el promotor que ha hecho posible tan bello recinto taurino. Fue ese un toro de mucha clase pero muy blando, y junto a tandas muy conseguidas, el que el animal perdiera las manos deslució en parte la que fue una buena faena, concluida con un toreo de cercanías que llega a los tendidos.

El sexto iba y venía a regañadientes. Lo cuajó en los recibos a la verónica rodilla en tierra de concepto ordoñista, lo toreo con quietud y aguantó las protestas del animal, que incluso se echó por manso en varias ocasiones, para darse después un arrimón sincero y meritorio. Se fue tras la espada y cortó la oreja que le abría la Puerta Grande.

La gente salía de la plaza feliz y en el horizonte del inmediato futuro contamos con una nueva plaza de toros que albergará, muy probablemente, corridas de postín como lo fue la primera.