TVtaciar los lechos marinos con un dedal mientras ves venir las olas en sucesión interminable. Así de infinita se me antoja la tarea a la que dedicó buena parte de su vida el hombre que ha muerto en la India. Vicente Ferrer estaba empeñado en acabar con el hambre con el dedal de su entrega, un diminuto instrumento para la magnitud de la tarea impuesta. Un pequeñísimo recipiente que durante años y años ha laborado sin descanso ayudando a dos millones de personas que tenían hambre, posiblemente nada en comparación con los mil millones que en el mundo viven en esa situación, pero mucho porque su labor puso en marcha una cadena de afanosos dedales empeñados en vaciar el mar. Es admirable su ejemplo y el de cuantos le han seguido, y el de otros muchos que han vivido, viven y vivirán, inmersos en su tarea desde cualquier orilla. Solidaridad, puentes construidos por voluntades enlazadas mientras rompen y rompen las olas.

Compromiso de personas preocupadas por sus semejantes que no se ve acompañado por los gobiernos ¿Cuánto se destina a los países con economías precarias? ¿Una flota de camiones cargada de dedales? Tampoco así se vacía el mar océano. Nunca se ha hecho nada realmente efectivo por acabar con el hambre y ahora menos que nunca, preocupados como estamos en el primer mundo por la crisis que la avaricia nos trajo. Mal momento para los desheredados, para los mil millones de seres humanos que no comen porque no pueden. Siempre estuvieron al final de la cola de los compromisos ¿Qué se ha hecho de los objetivos de Desarrollo del Milenio, entre cuyas metas estaba reducir a la mitad el hambre en el mundo?

Y allí están, al final de la cola. A la espera. Espectros hambrientos que en su deambular, de vez en cuando, encuentran algún vaciador del mar laborando en la orilla.