Siempre hay un hecho que antiguamente fue peor. Un viento, una tormenta, un volcán... Pero del infierno desatado el sábado a las cuatro menos cuarto de la tarde en Gran Canaria no hay memoria viva que lo referencie.

Vicente a secas, de 72 años, y Vicente Montesdeoca, de 63, están en la acera de sombra de El Terrero, a mitad de cuesta entre el pueblo de Valleseco y el pago (pedanía) de Lanzarote. Están de perfil al fuego. Cuando se les observa, se eleva sobre sus cabezas lo que se revela como un monstruo. Son las 11.30 horas.

Vicente a secas intenta reportar algo parecido. No le sale. «Siempre ha habido algo -pero no así- en los 72 años que tengo». «Nevar, sí», dice Montesdeoca. Era, hasta la fecha, la mayor extravagancia. Habría que remontarse a cuando la lava dio forma a Gran Canaria. Y fuegos así, de madera y maleza, eran imposibles porque jamás se le dio esa oportunidad de combustible. «Antes subíamos a Cueva Corcho a buscar helechas y allí no habían ni pinochas. Todo quedaba limpio y todo se usaba. Se vivía de ello. Esto es lo que el campo dice cuando se siente abandonado».

A lo lejos se oye un hidroavión. «Cuando tira el agua es tanta la calor del monte y el vapor del sol que antes de tocar los pinos las aguas se consumen». La alta temperatura parece licuarlo todo.

Pasar la noche en alto

José Manuel García Montesdeoca mudó a las diez de la noche del sábado. «En un momento, el fuego apalambró y hay que dar gracias de que refrescaron Lanzarote». Se refugió en Zumacal, en casa de unos amigos, dice dando un manguerazo a la entrada de su casa.

Durante la mañana del domingo se hizo vida de azotea, para vigilar el progreso. Hubo quien pasó la noche en alto. José Manuel Rodríguez estaba en el sur cuando lo avisaron del drama de Valleseco. Arrambló con sus bártulos a defender la vivienda. También se quedó en la azotea de madrugada, remojando techos y paredes. Y solares abandonados, «de gente que ni es de aquí».

Superada la cuesta se ve una calle en estado de catástrofe, de toque de queda. Todos los vehículos son de emergencia o militares. También hay cubas. Son las doce y diez minutos.

Más abajo, en la calle Perojo de Valleseco, comienza a agolparse la gente contra las paredes de las casas. Esa vía, parte de la GC-21, cerrada a cal y canto con vallas, prohibidos el paso y efectivos que indican que mejor regresar, tiene una visión libre hacia lo alto.

A esas horas, tuits de tierra adentro comienzan a ofrecer hospedaje a los ganaderos para que trasladen sus animales a un lugar seguro. Todo ello tras una mañana en la que se habían iniciado los desalojos de los barrios en Fontanales, Hoya del Cavadero, Monte Pavón, Lugarejos, Presa los Pérez, El Hornillo de Agaete, Las Hoyas, Barranco Hondo de Abajo, entre otros, similares a Lanzarote.

Cuando se alcanza el cruce de los lavaderos, se abre la puerta del infierno. Un núcleo de pinos actúan como una antorcha. En ese momento solo estaba en el aire un hidroavión, el segundo llegó por la tarde. Y con él, otro buen número de helicópteros y ese tractor con palas llamado Kamov.

Los efectivos de la UME no llegan en camionetas, sino en guaguas completas, mientras un coordinador trata de organizar otra flota de cubas para mantener llenos los depósitos que abastecen a los helicópteros. Pero es tal el fuego, que los aparatos parecen mosquitos. Y además se abre otro frente. Una bola roja gigante emerge del volcán abierto por los pinos. Son las 13.27. Suenan los altavoces: «Atención. Les habla Protección Civil. Desalojen con calma y cojan solo lo necesario».