Chantal Sébire ha dejado de sufrir. La enferma francesa a la que la justicia acababa de denegar la petición de eutanasia falleció ayer, a las siete de la tarde, en su domicilio de Plombières-les-Dijon, según el Ministerio del Interior del país vecino. Al cierre de esta edición se desconocían las circunstancias precisas del deceso, probablemente inducido. Un allegado dio a entender que se suicidó.

El caso de esta profesora de 52 años, cuyo rostro estaba completamente desfigurado a causa de un tumor incurable, ha conmocionado a Francia. Sébire se había quedado ciega y sufría dolores atroces que no podían ser aliviados con morfina por su intolerancia a esta droga. Tras ocho años de lucha contra la enfermedad, decidió pedir a la justicia que la ayudara a morir. Su deseo era que un médico le recetara una sustancia letal que ella misma se suministraría. Sin embargo, la ley francesa impide la eutanasia activa.

Las autoridades médicas le ofrecieron, dentro del marco legal, la posibilidad de sumirla en un coma profundo, estado en el que la administración de morfina le causaría la muerte en unas pocas semanas. Pero la mujer rechazó esta solución porque, a su entender, suponía una agonía indigna. Su coraje y determinación a la hora de llevar a cabo su combate en favor de la eutanasia ha impactado a la opinión pública del hexágono.

La acción legal de la profesora ha puesto de manifiesto la hipocresía de una legislación que admite desconectar a un enfermo terminal, suspender un tratamiento inútil o suministrarle medicamentos que puedan precipitar la muerte, pero no darle una sustancia letal que actúe de forma inmediata.

CASOS EXCEPCIONALES Pese a admitir que "la degradación física" de Sébire merecía "compasión", el lunes pasado un juez denegó su petición alegando que en aplicación de la legislación francesa no podía "hacer otra cosa". Aunque esperada, la sentencia relanzó el debate sobre la eutanasia incluso en el seno del Gobierno. Hasta el punto de que el primer ministro, François Fillon, ha pedido al autor de la ley actual, aprobada hace solo dos años, que estudie una posible revisión del texto para casos excepcionales como el de la profesora.

Tras conocer el dictamen, la enferma anunció que no pensaba presentar recurso y que se planteaba viajar a un país extranjero como Bélgica, Holanda o Suiza, donde la eutanasia activa está permitida. Sébire quería morir en su casa, rodeada de los suyos, y plenamente consciente. Así lo había expresado ella misma y así lo recordó ayer Marie Humbert, madre de un joven parapléjico al que ayudó a morir, acto por el que fue juzgada hace un año.