Hay vecinos del Arco del Cristo que se han quejado porque a las puertas de las Hijas de la Caridad acudía la gente en busca de un bocata que llevarse a la boca. Desde sus casas, ellos sí tienen casa, ponían el grito en el cielo porque todos esos ciudadanos pedían comida sin atender a colas, sin guardar la distancia de seguridad y sin mascarillas. ¿Si no tienes para comer, cómo vas a tener para comprarte una mascarilla?

Precisamente en los tiempos en que se necesita más conciencia social es cuando más aflora el egoísmo del ser humano. El alcalde de Cáceres, conocedor de esta situación envió al edificio de las monjitas a policía local y voluntarios. Hoy lo ha contado, pero no le gusta la actitud de los vecinos. A Salaya le repelen esos comportamientos. Así que primero ha respondido que el panorama en el centro religioso eran tan parecido al que se ve a las puertas de los estancos o de las farmacias. Y luego ha sido más enérgico: "En Cáceres hay pobres, y en los próximos días va a haber más. Y los atenderemos, porque nos vamos a tener que ir acostumbrando a vivir con la pobreza".

Salaya comparece todos los días. Lo hace sereno pero sin ocultar datos y sin dejar de admitir que está muy preocupado. Aún se encuentra a expensas de que el Gobierno central le diga si valen los presupuestos que hace tan solo unas semanas había sacado adelante, en los tiempos en que todavía éramos felices, o quizá ingenuos por no darnos cuenta de la que se nos venía encima. Esos presupuestos tendrán que estar en unos meses llenos de modificaciones porque la prioridad del alcalde será destinar todos los fondos necesarios a remendar el roto social que la pandemia está provocando en una ciudad donde aún sigue habiendo desalmados que salen a la calle sin control (que la policía local ponga 30 multas en un solo día es una barbaridad con la que está cayendo). Por cierto, hay 13 agentes que han dado negativo en sus test aunque 9 pelean como fieras en sus casas contra el Covid 19. Es una buena noticia en este mar de páginas de tinta de desolación e incertidumbre. Pobre Cáceres.

Un bando municipal prohíbe los desplazamientos a segundas residencias desde dentro o fuera de la ciudad porque se avecina un fin de semana dramático. Todo se suspende o se aplaza, la Feria de Mayo, San Jorge, de Extremoduro y su concierto, mejor no hablar. Este fin de semana la Concejalía de Cultura hará un festival musical por internet con artistas cacereños que ahora están literalmente en la ruina porque todos sus bolos se han cancelado.

La situación es crítica. Los teléfonos del Instituto Municipal de Asuntos Sociales no dejan de sonar. Ayer se atendieron 72 llamadas y 15 personas mayores pidieron auxilio: seis para alimentos, tres para medicinas, cinco para dudas y así suma y sigue.

Ya hay 17 entidades repartiendo comida a personas que están al límite. Aún así llega la esperanza cuando se escucha al alcalde decir que una auxiliar de ayuda a domicilio, con 60 años y asma, o policías locales en segunda actividad y con alta vulnerabilidad, quieren seguir trabajando. Evidentemente el ayuntamiento no lo ha permitido, pero Salaya confiesa: "Es emocionante esta vocación de servicio público".

Cáceres se está volcando en solidaridad, gente que quiere hacer mascarillas, ayudar en residencias, en hospitales, en hogares de ancianos. La cosa está peliaguda. El gobierno municipal ha hecho una encuesta entre más de 270 comercios y el 80% han tenido que cerrar o se han visto obligados a aplicar Expedientes de Regulación Temporal de Empleo.

En la Clínica San Francisco, Pepe El Cano, policía nacional jubilado, lucha contra la muerte porque de allí se han llevado todos los respiradores. Se fue con su mujer a un viaje a Benidorm. Había 1.000 abuelos.Volvieron en bus. 60 personas a bordo. Siete horas de viaje. Todos malísimos. Entonces éramos felices aunque Madrid ya estuviera en guerra.

Nuestros sanitarios lo dan todo. Carmen siempre guarda una bolsita con migas de pan para echarle a comer a los pájaros de su calle en el barrio del Perú antes de entrar en el hospital. Se hizo enfermera porque quería salvar vidas. A veces recuerda los años dichosos en los que conoció a su marido grandullón, y del que se enamoró porque era muy bueno, y chistoso. Bueno, y porque era muy guapo en esos tiempos en los que todavía tenía pelo. Ahora su grandullón la espera en el sofá. Y suspira cuando Carmen llega con su sonrisa después de haber visto tantos dramas que minan la moral de cualquiera, menos la de ella, que sigue cocinando con todo su amor las fajitas de pollo que tanto gusta a sus pequeñuelos, que ya superan la veintena, pero que guardan cuarentena forzosa porque se han largado al paro por culpa de este virus que arrasa con todo.

Es terrible.

La Brigada Extremadura XI desinfecta centros de salud y zonas de riesgo. Conyser hace lo mismo pero los cacereños insisten en dejar la basura en la calle para no abrir los contenedores. Hay algunos que cuando salen de los supermercados tiran en las aceras sus guantes y sus mascarillas. "Nuestra ciudad no puede parecer un basurero", avisa Salaya, con el rostro tranquilo pero con el corazón cada segundo más compungido.

Y sí. Fuimos felices, o quizás ingenuos. Idiotas, más bien.