Un Leonardo Hernández pletórico triunfó a lo grande en el cierre de una feria que año a año va a más. El suyo fue un triunfo basado en el corazón pero también en la sabiduría, apoyado en una cuadra magnífica. Junto a él brillaron, aun sin redondear triunfo, JoOo Moura Caetano, autor de una faena de gran pureza al buen primero, y Manuel Manzanares, el hijo del gran maestro, al que hay que esperar porque hace un toreo a caballo sin concesiones al aplauso fácil, dando ventajas a sus toros y no tirando por el camino fácil.

La corrida murubeña de Luis Albarrán, pareja de hechuras y en tipo, ofreció varios toros que dieron buen juego, y otros aquerenciados a tablas y más parados, dejando todos estar a los rejoneadores porque sus galopes lo fueron acompasados, sin arreones.

El triunfo le llegó a Leonardo Hernández ante el manso quinto pero al que supo mantener siempre en los medios. Templario fue el caballo que permitió al rejoneador llegar mucho al toro de Albarrán, sin perderle nunca la cara. Después, sobre el incombustible Xarope, llegaron las cortas al violín y un par muy brillante a dos manos. Cobró Leonardo dos orejas, las que no pudo pasear del segundo tras una faena similar porque tardó en doblar.

Moura Caetano mostró la sobriedad y pureza del toreo lusitano, el ir de frente al toro, despacito, para clavar de arriba abajo y al estribo. Un toreo sin concesiones a la galería, sobrio y bello a la vez. Pero abrió plaza, por lo que el premio quedó en una oreja. No pudo redondear con el quinto tras un buen tercio de banderillas pero sin acierto con los aceros de muerte.

La sorpresa, positiva, fue Manuel Manzanares. Tuvo en primer lugar un manso al que tuvo que llegar mucho en lo que fue una lidia dificultosa pero en la que puso todo de su parte. El sexto fue un buen toro y sobre Mazzantini arriesgó cuando citaba y clavaba muy en corto. Paseó sólo un trofeo pero causó muy buena impresión.