Entró en la iglesia, la parroquia de Santa María del Pinar de Madrid, cercó a una embarazada, una de las aproximadamente 40 feligreses que iban a asistir a la misa de ocho y, sin mediar palabra, le disparó en la cabeza. Luego se echó para atrás, mientras los parroquianos huían despavoridos. Pero aún tuvo tiempo de disparar a otra mujer en el pecho, antes de arrodillarse. Después se puso la pistola en la boca y acabó con su vida. La embarazada, que salía de cuentas esta misma semana, murió casi al instante, pero los servicios de emergencia consiguieron salvar al bebé con una cesárea in situ, aunque anoche se encontraba en un estado de extrema gravedad. Los médicos, en cambio, consiguieron estabilizar a la otra mujer, aunque la herida era de gravedad.

¿Un loco o un exnovio? Entre estas dos hipótesis se movió la policía desde el primer momento hasta que, tras interrogar a los familiares de la chica, llegó a la conclusión de que "no existía relación alguna entre las víctimas y el agresor". Los motivos que le impulsaron a liarse a tiros en una iglesia solo podrán conocerse una vez se haya identificado al agresor y conocida su trayectoria. En ello estaban anoche los investigadores.

Lo único seguro era que varios testigos lo habían visto merodear por la tarde cerca de la iglesia. "Entró en el bar y preguntó a que hora empezaba la misa. Iba con bermudas, un sombrero y una bolsa de tenis en la que quizás iba escondida la pistola. Por el acento parecía extranjero", explicaba un vecino que reconocía no haberlo visto por el barrio, al contrario que la víctima, un chica de 36 años, española y conocida en la zona. La iglesia está en el centro del barrio Pinar de Chamartín, una área del norte de la capital de España habitada por clase media alta.

Sus vecinos escuchaban anoche aún aterrados el relato de los hechos de los testigos que huyeron presas del pánico. El más escalofriante era el de Jesús, que había cogido en brazos a la segunda víctima. Mostrando aún las manos ensangrentadas, contaba cómo le había taponado la herida del pecho con un plástico que alguien le había proporcionado. La mujer, de 52 años, "se quejaba de mucho frío en la espalda", aunque, en realidad, "lo que ocurría es que la tenía llena de sangre, estaba empapada".

NO ABRIO LA BOCA Jesús relató cómo el agresor no pronunció palabra desde que entró en la iglesia y que el único gesto ostensible fue quitarse el sombrero antes de descerrajarse un tiro.

Este testigo sostenía que el asesino se había acercado a la víctima, parecía haberla escogido, aunque otros eran del parecer que los disparos habían sido indiscriminados y las mujeres fueron alcanzadas al azar, una versión que cuadraría más con el hecho que entre el agresor y las mujeres heridas no existía relación alguna.

José María Bravo, vicario de la zona, confirmó que sucedieron mientras el párroco, Francisco Santos, se cambiaba para iniciar el oficio. "Las víctimas eran feligresas y conocidas en el barrio. Ha sido una pena, mucha pena. Es una falta de respeto a la vida", lamentó. También ratificó que el autor del tiroteo había disparado "por sorpresa" a las víctimas, "sin mediar palabra", dijo. "Es un acto de odio supremo", sentenció otro testigo.