Ayer no fue una tarde de orejas, pues solo paseó una Pepín Liria. Fue el premio de Sevilla a un diestro que se despedía de esa plaza mítica, un diestro que ha hecho del pundonor y la vergüenza torera todo un paradigma. Pero aún así, la tarde tuvo alto contenido.

En primer lugar por la corrida de Victorino. Fue un encierro que llenó plaza, todos los toros cárdenos claros. Toros con cuajo y entipados. Unos más espectaculares que otros de cuerna, abundando los veletos. Toros que imponían. Toros que, sin llegar a redondear, hicieron que nadie se distrajera.

La tarde tuvo tres puntos álgidos: uno en el plano emotivo, y fue lo que hizo Liria ante el cuarto; otro fue la bella y delicada faena de El Cid al tercero; y otro, para enmarcar, la lidia total que Ferrera dio al quinto. Estuvo soberbio del torero extremeño a lo largo de los tres tercios.

Se quedaba corto el primero, aunque no tuvo malas ideas. Con él se mostró voluntarioso Pepín Liria, sin más. El cuarto era su último toro en Sevilla y se fue a portagayola. Allí le arrolló el victorino y le perdonó la vida.

La faena fue desigual porque el toro no acabó de romper hacia delante. Pero llegó el trance final tras una segunda voltereta, y Pepín, en un rasgo de valentía, se lo sacó a los medios, para cobrar allí una gran estocada. Los instantes que siguieron fueron bellísimos: el toro resistiéndose a doblar en unos minutos inolvidables, el torero dolorido y el público aclamando a ambos.

LA TARDE DEL EXTREMEÑO La tarde de Ferrera marcará un antes y un después. No le dio muchas oportunidades su primero, pero al cuarto lo cuajó a placer. Ya con el capote a la verónica, ganándole terreno. Y después en un tercio de banderillas de gran mérito --dos pares llevaban la bandera extremeña-- por lo mucho que arriesgó llegando al toro.

Pero lo mejor fue la faena, cuando rápido vio que el pitón bueno era el izquierdo. Las series al natural de Antonio tuvieron hondura y longitud de trazo, tuvieron ligazón, y sobre todo, temple y verdad. Fue una faena de torero en plenitud que malogró con la espada. Estuvo él mucho mejor que el toro, aunque algunos no diferenciaran el oro de la oralina.

El tercero tuvo mucha calidad por el pitón izquierdo, con esa embestida humillada característica de este encaste. La faena de El Cid fue espléndida por la suavidad de la misma, por cómo dejaba el diestro la muleta puesta y muerta en la cara, por cómo corría la mano para ligar series en redondo en las que afloró el sentimiento.

El sexto fue el peor del encierro, sin humillar y acordándose de lo que se dejaba atrás, a pesar de lo cual El Cid le dio series meritorias con la zurda.