Esto de invitar y celebrar es un lío. Si eres tú quien festeja, pasarás más de una mala noche antes de dar por cerrada la lista de invitados si alguna vez lo consigues: que si la prima Conchi no me invitó, que si por qué tengo yo que tragarme a Manolo con lo mal que me cae, que si al jefe no queda más remedio-Y ay de ti si olvidas precisamente al tipo machacón que, es verdad, tendrías que haber invitado, porque estará recordándote la falta para los restos, y hará que maldigas mil veces a aquella estúpida celebración y a tu lista de invitados. Luego ponte a hacer el famoso croquis con los asientos adjudicados, meterás la pata con la máxima contundencia de la que seas capaz. Es más, serás más certero colocando enemigos codo a codo que reuniendo afinidades, de manera que durante el banquete ganarán las afrentas a los halagos. Por muy bonito, emotivo y oportuno que parezca el festejo lo aborrecerás antes de empezar a celebrarlo. Pero, imagina que te invitan a un evento absurdo al que estás obligado a asistir: tienes que hacerlo disfrazado, acudir sonriente, agradecer tan hipócritamente como puedas la invitación, decir al anfitrión con igual hipocresía lo magnífico que está todo, saludar al hijo de puta de turno o hacerte el sueco cuando, en pleno ágape, aparece tu ex, y gastarte un fortunón en quedar bien con el imbécil que te invitó. Así que no sé a qué viene tanto revuelo con la fiesta de los mineros, el sindicato y el gobernante. Si es mejor no ir. Al Méndez le aconsejaría cancelarlo. No tendría que romperse la cabeza con la lista de invitados y le sobraría tiempo para lo suyo, no vaya a ser que tope con algún ex y termine el sarao como el rosario de la aurora.