TMte enfrento a uno de los temas más difíciles para el análisis que recuerdo. Torreorgaz y los jóvenes que causaron la muerte de una burra. Un ser vivo salvajemente maltratado y que perdió la vida por la forma perversa en que, otros seres vivos, entendieron la diversión. Fue un acto criminal. Sé que es así pero en mi interior siento la necesidad de ofrecer a estos chicos, ya casi hombres, una oportunidad, y no me refiero a pasar la mano sino a que, cumpliendo las penas que la justicia determine, creo importante darles la posibilidad de redimirse socialmente; de que sientan que quienes les rodeamos somos capaces de perdonar. Estos chicos tienen que seguir viviendo y debemos darles la posibilidad de que lleguen a hacerlo en paz.

Me abrumó la salvajada, pero considero necesario que vean que la sociedad les permite expiar la culpa, más allá del castigo que la ley les imponga. Fue un delito por el que deben pagar y comprendo que la Federación de Protectoras de Animales no acepte que quienes lo han cometido hablen de error. Es mucho más y deben someterse a la acción de la justicia, pero si no les permitimos demostrar hasta qué punto sienten el horror de lo que han hecho, nada habremos conseguido.

Una señora me expresaba su absoluto rechazo a que estos jóvenes pudieran trabajar en las protectoras de animales. Me gustaría comprenderla pero no puedo. O mejor dicho, la comprendo pero no quiero. No quiero que un chico llegue a la madurez sin una mano tendida.

Si exigimos que nuestro sistema penitenciario sirva para reinsertar a los delincuentes, por qué negarla fuera del sistema.

Han pedido una oportunidad y no creo que debamos negársela. Nada conseguimos con ello.