«Cuando empiezas a fijarte de verdad en las etiquetas, te das cuenta de que todo, absolutamente todo, lleva azúcar», relatan María Ángeles e Ylenia, madre e hija con intolerancia a la fructosa y al sorbitol, dos de los nombres con los que también se conoce el azúcar. Su organismo solo puede tolerar una cantidad muy limitada de este compuesto y, en la mayoría de los casos, los que se encuentran de manera natural en frutas y verduras son suficientes. Más allá de estos, casi cualquier producto procesado, de los que se encuentran en los supermercados, supone un exceso en sus límites de ingesta diaria: «Las etiquetas engañan, todo lleva algún tipo de azúcar o edulcorante. Solo hay que fijarse en la letra pequeña para ver que casi siempre se añaden una barbaridad de edulcorantes», comenta indignada María Ángeles.

Su caso, aunque extremo, visibiliza el problema de la omnipresencia del azúcar añadido en los alimentos de consumo habitual. Y no porque azúcares y edulcorantes sean malos de por sí, sino porque, tal y como demuestran cada vez más estudios sobre la cuestión, se están consumiendo en exceso.

En sus primeros días sin azúcar, madre e hija confiesan que confiaban en los productos gurmet que se anunciaban con 0% de azúcares añadidos. «Cuando empecé a entender la letra pequeña, me di cuenta que estos productos llevaban tantos edulcorantes que, ya puestos, hubiera sido mejor mejor comerme un donut», explica Ylenia.

Para huir de estos azúcares invisibles, como les han bautizado ellas, su nueva pauta médica les aconseja no consumir nada de hamburguesas, salchichas, croquetas, empanadillas, embutidos, fiambres y pizzas de supermercado. Ni bollería, caramelos, cereales, chocolate, galletas, helados, natillas, cremas y pasteles que se encuentran entre las estanterías. Pero tampoco cerveza, destilados, licores, refrescos, vino o zumos. La versión comercial de todos estos alimentos suele incorporar edulcorantes artificiales para potenciar su sabor: unos aditivos inocuos para la mayoría pero potencialmente perjudiciales para ellas. En el caso de María Ángeles, quien sufre un mayor grado de intolerancia que el de su hija, incluso la pasta de dientes convencional puede suponer un problema ya que suelen incorporar ciertos endulzantes. «Cada vez que explicamos nuestro caso a algún amigo o familiar se sorprenden. Es un despropósito la cantidad de dulce que se consume sin darnos cuenta», comentan.

Ahora, para poder convivir con su intolerancia, madre e hija utilizan su particular lista negra de ingredientes para interpretar qué esconde la letra pequeña de las etiquetas. Para ellas, nada de azúcar, fructosa, jarabe o miel. Pero tampoco edulcorantes artificiales como eritritol, isomaltosa, lactitol, maltitol o sorbitol.