Tal día como hoy, hace 700 años, culminaba uno de los episodios más infames en la historia de Europa. Tras un largo proceso que duró casi siete años, el rey de Francia, Felipe IV el Hermoso , con la inestimable complicidad del Papa, Clemente V , había conseguido la supresión de la Orden del Temple para usurpar sus bienes. Los caballeros templarios fueron acusados de delitos y herejías que quizá nunca cometieron, pero pesó más la ambición de un rey que, acuciado por dificultades financieras, no dudó en deshacerse de sus principales acreedores: primero, los judíos y, más tarde, los templarios.

Al atardecer del 18 de marzo de 1314, en un islote cercano a la orilla del Sena, se encendió una pira que sellaba el trágico final de la Orden del Temple, encarnada por su gran maestre, Jacques de Molay , y el preceptor de Normandía, Geoffroy de Charnay . Cuando las llamas empezaron a lamer su cuerpo, el último maestre, un venerable anciano de setenta años, encontró fuerzas para gritar: "¡Papa Clemente ! ¡Rey Felipe ! ¡Antes de un año yo os emplazo para que comparezcáis ante el tribunal de Dios, para recibir vuestro justo castigo! ¡Malditos, malditos! ¡Malditos hasta la decimotercera generación de vuestro linaje!" El Papa falleció en abril y el rey, en noviembre, ambos por causas aparentemente naturales. Pero la maldición no cesaría aquí... Se cuenta que en 1793, cuando Luis XVI fue ejecutado en la guillotina, se alzó una voz entre la muchedumbre que proclamó: "¡Jacques de Molay, has sido vengado!"

Leyendas aparte, la muerte del último gran maestre supuso el final para una orden militar surgida 200 años antes con el firme propósito de defender los Santos Lugares y proteger a los peregrinos. Durante dos siglos los templarios acumularon poder y riquezas, merced a donaciones y una rentable administración de sus propiedades, que despertarían el recelo y la codicia, tanto de reyes como de otras órdenes religiosas. A lo largo y ancho de los reinos cristianos de Europa y Tierra Santa, se hicieron con el control de importantes fortalezas y crearon encomiendas para su explotación económica.

UNA DE ELLAS era la de Alconétar, que dominaba ambas orillas del curso medio del Tajo a su paso por nuestra provincia. En ocasiones, la torre que protegía el puente romano del mismo nombre, emerge entre las aguas del pantano de Alcántara. A unas leguas se encontraba el convento de Altagracia, cuya iglesia alberga la Virgen del mismo nombre, patrona de Garrovillas; o la desaparecida aldea de Cabezón, de donde procede la talla gótica de Nuestra Señora, patrona, a su vez, de Cañaveral.

A pesar de que la carta de población (o fuero latino) de la villa de Cáceres impedía a las órdenes militares y religiosas recibir donaciones o vender propiedades inmuebles en su término, ciertas noticias e indicios nos permiten sostener que los caballeros templarios mantuvieron relación, por lo menos, con dos enclaves muy cercanos y conocidos: las ermitas del Espíritu Santo, al sur del núcleo urbano, y Santa María del Salor, en las cercanías de Torrequemada. Seguramente tendremos ocasión más adelante para defender con argumentos tales sospechas...

De momento, sirvan estas líneas como modesto homenaje a unos caballeros que, hace más de siete siglos, recorrieron nuestros campos, ataviados con sus mantos blancos y una cruz bermeja bordada al hombro. Como suele suceder, la ambición desmedida de gobernantes sin escrúpulos fue motivo para su desgracia y, después, la Historia se encargó de cubrirlos con el ignominioso sudario del olvido.