TStalgo a la calle dispuesta a hacer la compra tranquilamente, pero el supermercado me recibe con una invasión de personas enloquecidas. No suele haber nadie a estas horas, pero hoy la gente se empuja para conseguir el último carro y hay colas en todas las cajas. Las cestas van hasta arriba, los estantes empiezan a quedarse vacíos y hay tortas por las cajas de leche. Salgo impresionada, con la compra a medio hacer, en busca de otro sitio. En la rotonda, me recibe un atasco casi de capital. Los coches se quitan el turno en una carrera frenética hasta el surtidor. Desde lejos veo cómo una vecina que mueve el coche cinco veces al año, se pelea por pasar la primera. Tengo el depósito medio lleno y no creo que vaya a morir de hambre, pero me doy cuenta de que toda esta gente piensa lo contrario. Basta una pequeña sospecha, una ligera amenaza a nuestro estado de bienestar, para que saquemos fuera lo peor de nosotros. El miedo es irracional, pero no vivimos en la posguerra y nuestra posible escasez, nunca será como las de antes o como las de ahora en el tercer mundo. Sin embargo, no dejan de sucederse imágenes y mensajes desestabilizantes. No es más que una huelga, y justa, por mucho que nos moleste. No se puede vivir con el combustible a ese precio. Se trata de buscar soluciones sin dejarse arrastrar por la situación. Es el temor de los consumidores lo que provoca el desabastecimiento. Fuera, siguen las tortas por echar gasolina. Dentro de nada, como en la película, empezará la carrera por el desierto hacia la cúpula del trueno. Aprovecho para irme a casa. No tengo tipo ni ganas para andar haciendo de Tina Turner .