TDtespués de la caminata del sábado, camino viejo de Sierra de Fuentes, subida al Risco y vuelta por el llano de la solana --unos veintitantos kilómetros-- no nos quedaban muchas ganas de música; pero la posibilidad del lance nos atrae irremisiblemente como el imán al hierro.

De modo que a la batida con los compadres paisanos, haya o no fatiga en el ánimo y en las piernas. Total, un poquito de bajada primero y luego una subida suave, fue el precio físico por pasar un par de horas en Marín.

El paisaje es el añorado del Coto de Viñas, donde antaño pasamos jornadas de caza inolvidables. Abajo, el arroyo del Infierno y luego el titileo de la luz sobre las aguas serenas del Tajo. Por allí cerca el Canchal de las Hostias (con perdón) y las chumberas del vivar del Cabo Pérez, donde vivimos infinidad de lances con los perros y los conejos.

Mientras esperábamos, camuflados en una retamera, el paso de Monsieur Renard, se nos iba el pensamiento a aquellas jornadas de los años de plétora conejeril. Qué lástima no volver a vivir semejantes circunstancias. En fin. El raposo entró por abajo, que es lo suyo, y creo que Agustín le dio matarilerilerón .

Luego, a eso del cénit, y contemplando de nuevo la sierra de Las Cortes, la de La Garrapata y las nubes coronando Jálama, alternamos charla, vino y aperitivo con los compañeros de cacería. Curiosidades léxicas de los localismos tribales: Clemen se zampó un zalaque de pan y yo me charnisqué unas cueritos de panceta. A ver qué tal. Mirada melancólica para el barranco de Marín.