La percepción que los españoles menores de 35 años tienen del sida era inimaginable hace 20 años, cuando el síndrome de inmunodeficiencia adquirida aún se escribía con mayúsculas. Para algunos adolescentes, VIH es el eslogan de un contagio propio de los pobres, de habitantes de países paupérrimos y sin red sanitaria. Otros saben que se trata de una enfermedad que arrasa en Africa, pero no creen que sea muy distinta de la tuberculosis, que también es devastadora en aquel continente y, en cambio, aquí se trata y cura con relativa eficacia. La mayoría asocian la palabra sida a los preservativos. Son conscientes de que el condón evita el contagio del VIH, pero no temen al virus de inmunodeficiencia humana.

Este estado de opinión nada tiene que ver con las portadas con que la prensa del mundo llegó a los quioscos la mañana del 3 de octubre de 1985. Recogían la noticia de la muerte por sida del actor Rock Hudson.

La palabra sida fue sinónimo, durante casi 15 años, de final lento y cruel. Las 29 enfermedades que describen el síndrome --distintas formas de cáncer, el sarcoma de Kaposi,...-- se llegaban a diagnosticar de forma consecutiva en personas de 25 años, sin que su sistema inmunológico se opusiera, porque estaba destruido.

¿Quién haría esa asociación de ideas en la actualidad? Es difícil que alguien crea que va a morir de inmediato si se infecta. Según aseguran los médicos, se ha perdido por completo el temor al VIH, a juzgar por el bajísimo interés ciudadano por conocer las vías de contagio del virus. Tampoco interesa en exceso el avance de la epidemia, lo que, unido al rechazo de los infectados a figurar en las estadísticas sanitarias, ha pospuesto hasta ahora la creación de un registro médico riguroso que refleje las cifras de población afectada.

Desde que en 1995 llegaron a los hospitales de todo Occidente los fármacos antirretrovirales el sida ha perdido su aura de respeto. Los infectados que han muerto desde 1995 son personas a las que las terapias les llegan cuando su cuerpo está ya excesivamente destruido. El resto empezó una nueva era. La mayoría de los que accedieron a los tratamientos siguen vivos. La opinión pública vive desde entonces refugiada en la ilusión de que el sida ya no es un problema.