Sexo, dinero, venganza y poder. Casi todos los crímenes se cometen por uno de estos motivos. Lo certifican el capitán Andrés Sotoca y su equipo del Servicio de Análisis del Comportamiento Delictivo de la Guardia Civil. Son los mindhunters españoles. Su unidad, formada por tres hombres y dos mujeres con formación en Psicología y Criminología, lleva 25 años metiéndose en la mente de asesinos y violadores para elaborar perfiles y patrones de conducta que han ayudado a resolver crímenes como los de Diana Quer y Gabriel Cruz.

Casi mil casos avalan su trabajo desde que se creó la unidad, de mano del ahora teniente coronel José Luis Álvarez. A lo largo de ese tiempo «han cambiado las maneras de ejecutar los delitos, pero las motivaciones siguen siendo las mismas», explica el capitán José Manuel Quintana Touza, que advierte de que «todos somos candidatos a matar y también a que nos maten. Todos tenemos una tecla que puede activarse en unas circunstancias concretas». Pero nos distinguen dos cosas: «El nivel de tolerancia a la frustración y la conducta poscrimen, es decir, las decisiones que se toman una vez cometido el delito, como elegir entre entregarse a la policía o tapar lo que se ha hecho».

José Enrique Abuín eligió ocultar el cadáver de Diana Quer. En diciembre del 2017, cuando fue detenido, el Chicle mintió sobre el paradero de su víctima. En aquella huida hacia delante fue clave el trabajo de este grupo de expertos, que asesoraron a los encargados del caso sobre cómo debían abordar al Chicle para conseguir que, por fin, contara la verdad.

Sotoca y su equipo analizaron su personalidad, su vida, su entorno y sus puntos débiles, porque «todos los malos tienen inquietudes, a todos les mueve algo». El propio asesino de Diana Quer confesó durante el juicio que había accedido a llevar a los guardias civiles hasta la vieja nave donde tiró el cuerpo de la joven, pensando en su hija.

Nueve meses antes, a 1.200 kilómetros de allí, en Las Hortichuelas (Almería) el capitán Touza había invertido muchas horas analizando los comportamientos y la personalidad de Ana Julia Quezada, quien tras 13 días fingiendo buscar a Gabriel, el hijo desaparecido de su pareja, fue detenida cuando intentaba mover el cadáver del niño.

Solo el 10% de los asesinatos cometidos en España tienen nombre de mujer. Y esa cifra es similar en el resto de delitos. «El hombre tiene más tendencia a usar la violencia en todas sus relaciones», explican.

Los cazadores de mentes criminales se muestran preocupados ante el fenómeno de las manadas que realizan agresiones sexuales en grupo. «Han aumentado las denuncias. No sabemos si porque hay más casos o porque las víctimas han perdido el miedo». El estudio de un violador en grupo sí deja rasgos comunes. «El agresor que actúa en solitario busca una víctima, la acecha, es muy consciente de que lo que está haciendo es un delito. En cambio, en una manada se diluye esa responsabilidad.

Y un detalle preocupante, «algunos de estos agresores en grupo son hombres que no son conscientes de estar cometiendo un delito e incluso conciben una violación en grupo como una conducta de ocio más». Quizá por eso, el guardia civil de La manada de Pamplona entregó su teléfono cuando fue detenido. Pensaba que las imágenes que habían grabado de sus agresiones sexuales demostrarían que todo había sido algo divertido.

NI PSICÓPATAS NI INTELIGENTES / Los cinco expertos coinciden en que los delincuentes españoles «no se distinguen por ser especialmente inteligentes ni sofisticados». Los hay «más o menos espabilados», pero para encontrar a un asesino «brillante y un poco teatral, de esos que dejan su firma en la escena del crimen», hay que recurrir a series y películas, advierte el sargento Manuel Ramos.

La realidad suele ser menos glamurosa. Él y sus compañeros recuerdan cómo hace unos años colaboraron para detener al asesino de varias prostitutas en Málaga. Cometía los crímenes el mismo día de cada mes, por lo que los medios de comunicación lo presentaron como un cazador de mujeres «metódico y elaborado» que buscaba víctimas con un físico concreto. Sorprendido, el detenido les explicó que no sabía nada de eso, ni del día del mes, ni del tipo de mujer. «Mataba cuando podía», confesó.

Todos tienen grabada a alguna víctima a la que le tocó sufrir demasiado pronto. Touza examinó de rodillas junto a la cama de un hospital a una niña violada que fue rescatada de un pozo donde su agresor la había arrojado junto a su hermano. Consiguió que la niña, de 10 años, le hablara de los tatuajes que «el hombre malo tenía pintados en la piel». Aquel hombre fue detenido y condenado a 65 años de cárcel.

Sotoca no olvida a un niño gallego que vio cómo su padre mataba a su vecino por una disputa de lindes. La madre del menor se inculpó para salvar al marido, pero el hombre, arrepentido, acabó suicidándose y la tarea de aclarar lo ocurrido recayó en el crío. La madre quedó en libertad. «El niño me preguntaba si su padre iba a ir a la cárcel, no sabía que se había suicidado. Lo recuerdo como algo doloroso», cuenta.