Un setenta y seis por ciento de los extremeños menores de quince años tiene teléfono móvil (km t qdas?). Si no conociera mi comunidad, pensaría que es un desierto enorme, con granjas aisladas, comunicadas solo por vía aérea. Pero no. Vivimos en una región muy extensa y poco poblada, sí, pero aquí apenas existen las distancias. En dos pasos, quedas en la plaza y en uno, te acercas a ver a tu mejor amigo. Y como no estamos rodeados de ciénagas ni animales salvajes, los niños no necesitan los móviles cuando salen, porque para llamar a los padres, existen las cabinas y se puede fijar antes un sitio y una hora de recogida. Así que no me parece un avance que pandillas enteras acarreen sus teléfonos como quien lleva un kit de salvamento. Ni que los papanatas de los padres compren artefactos cada vez más sofisticados para que sus hijos no se sientan excluidos de la manada. "Es que todos tienen uno" no sirvió nunca como excusa, y menos cuando no es necesario. Además esta adicción moderna consigue que lleven sus móviles a la cama para recibir el último toque del amigo que duerme tres calles más arriba (bns noxs). Ocupan el lugar del oso de peluche, de las buenas noches, de las caricias. Y eso que son negros, fríos y chirriantes, como cucarachas e igual de plaga. Me pregunto de qué hablan cuando salen si ya se lo han dicho todo en el tuenti, en los mensajes, en el Messenger. Aun así, siguen teniendo cosas que decirse. Por eso me queda la esperanza de que aún les resten ideas de sobra para dar sopas con honda a los padres, que creen vivir en un mundo tan peligroso que no se puede salir de casa sin armadura ni vigilancia.