El Observatorio Orbitador del Carbono (OCO), un ambicioso satélite de la NASA destinado a analizar las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera terrestre, sufrió ayer un desastroso accidente momentos después del despegue y acabó precipitándose sobre el océano Pacífico, cerca de la Antártida. Según los primeros indicios, el satélite no se separó correctamente del cohete lanzador y nunca llegó a alcanzar su órbita. El OCO, resultado de ocho años de diseño, desarrollo y construcción, había costado un total de 273 millones de dólares, unos 215 millones de euros. Debía estar activo al menos una década.

La agencia espacial de Estados Unidos había preparado por todo lo alto el lanzamiento del OCO, un pequeño ingenio de grandes prestaciones. Era un despegue nocturno: el cohete Taurus XL, un modelo poco habitual para estos menesteres, debía elevarse a las 1.55 horas (11.55, en horario español peninsular) desde la base Vandenberg de la Fuerza Aérea de EEUU, en California. Y aparentemente todo empezó bien. Los responsables de la misión explicaron en una rueda de prensa posterior que el fallo en el Taurus se produjo a los tres minutos del despegue. "Los revestimientos de protección que envolvían al satélite como las dos conchas de una almeja no se separaron apropiadamente y eso, aparentemente, causó el fallo de la misión", explicó Chuck Dovale, director de lanzamientos de la NASA.

La carga del cohete --el OCO pesaba 447 kilogramos-- tenía un peso relativo bastante considerable con respecto a la estructura del vehículo lanzador. Así pues, era crucial que en el momento de separación se produjera una gran aceleración. Sin embargo, posiblemente debido al peso extra de la cubierta que no llegó a soltarse, la aceleración no tuvo lugar. La nave "no alcanzó su órbita y probablemente cayó en el océano cerca de la Antártida", añadió John Brunschwyler, director de programa del Taurus XL. Con el satélite, lógicamente, cayó el tercer estadio del cohete.

La NASA, no obstante, afirmó que el satélite había caído muy lejos de cualquier lugar habitado y que, pese a la carga muy contaminante de hidracina que llevaba el cohete Taurus, el accidente "no suponía ningún riesgo para el medio ambiente"

El OCO debía haber alcanzado una órbita casi polar (sobrevolando sucesivamente los polos) a unos 645 kilómetros de la Tierra, para recolectar mediciones globales precisas de los niveles de CO2 en la atmósfera.

Brunschwyler asumió que se trataba de un "enorme revés" para la comunidad científica. Los investigadores de la NASA debían usar esa información para mejorar la comprensión de los procesos naturales y las actividades humanas que regulan la abundancia y distribución del CO2, un gas de poderoso efecto invernadero. La cartografía del CO2 en niveles atmosféricos es un asunto vital para comprender mejor las dinámicas del cambio climático (por ejemplo, para entender el poder de los oceános y la vegetación como sumideros de carbono).