Domingo de feria. Las calles aún doloridas de tanta juerga. Limpian. Son las diez. A esas horas solo Felipe Albarrán. Serio, en todo su trapío. Desayunamos en una taberna del paseo chico; cachuela bien despachada. Entre los pocos parroquianos que a esas horas ocupan la barra, tres franceses, dos ingleses y un señor de Huelva; todos aficionados cabales. En eso llega el presidente, Antonio Mesa. Hablamos del indulto y de las corrientes de aire que inundan los palcos. Le deseo suerte (vista y al toro).

Ya de camino, en la calle Colón, en ese río que desemboca en la plaza, me encuentro con Sicu, el del bar Juventud. En esa su casa se reunían, en los primeros años de la feria, algunos de los mejores aficionados oliventinos. La otra pata del banco del milagro: la gente de Olivenza. Porque los que abren brecha siempre merecen reconocimiento.

Me topo con Paco Naharro. Ochenta y siete años y más de tres mil festejos en la memoria. Lúcido, inasequible al desaliento. Paco Naharro ha visto torear a Manolete. Y a Juan Belmonte. Y, por si no fuera eso suficiente para epatar, sepan que también ha visto torear a Rafael el Gallo, el Divino Calvo. Toda la tauromaquia en sus dos ojos claros. Me reza, una vez más, la corrida del 45. Badajoz, tres toreros: Manolete, Arruza y Curro Caro. Cuatro rabos. Y Paco, y en sus ojos de niño el misterio de la revelación, la conmoción que te descabalga como a San Pablo ya para los restos. Ahí sigue, en la trinchera de ver torear. Y yo, aquí, que solo valgo para llevarle el botijo.

Luce el sol en el baluarte número cuatro. Quince minutos antes de la doce, la Filarmónica despacha Chiclanera. Antonio Mesa, al tiempo, tras recorrer el callejón, se pierde por la puerta de cuadrillas. La liturgia exacta. Catorce,... los capotes, sobre las tablas, levantan almenas. A trece minutos de clarines y timbales reparo en que Joaquín Domínguez, desde que no es el que corre con los gastos, sonríe. Doce,... Victoriano del Río, el ganadero, busca su acomodo. Once,... llega el pregonero, Ramón Mendoza, zapato de ante y doble hebilla (o casi). Tras él, Antonio Barrera, de media montería. Diez minutos cuando asoma por la puerta de la enfermería, sano a Dios gracias, Jero Lete, el vitoriano que nunca falla, al trantrán de Matías Ramos; ambos dos tocados de gorras camperas. Nueve,... en su burladero, entre patillas de hacha, el mayoral. Faltan ocho minutos para la hora del Ángelus. Arturo Gómez es la garantía de que todo está en orden. Veo cómo los guardias jóvenes se le cuadran con respeto y, luego, le abrazan con cariño. Arturo es y será, por los siglos de los siglos, el delegado gubernativo de Olivenza. Siete minutos faltan, en el tendido del 5, despliegan una pancarta que grita para sordos: «¡Cáceres quiere toros!»; por si Salaya lo estuviera. Solo cuatro,... Luis Carlos Franco se cala su panamá en el burladero de los médicos; a su lado, Florencio Monje cambia el bisturí por la cámara. Tres,... Juan Durán, en su barrera, bajo cordobés, hace de mascarón de proa del tendido cuatro. Dos,... con el tiempo en los talones, entra Morante de la Puebla junto a Fermín Bohórquez. Y ahora que solo falta un minuto para que se abra el portón de los sueños, le doy fuego a mi Montecristo del cuatro, la mareva por antonomasia; y en su aroma me entrego al placer que auguro. Pañuelo blanco en el palco. Luis Antúnez, a caballo, despeja un año más... y mientras, para contárselo a ustedes, en el seis, Antonio Castañares toma notas.

Terminan las crónicas del Maila por este año. Como y escribo. Y meo. Meo detrás de Carlos Latre. Me hago pasar por extremeño y le agradezco, mientras se lava las manos, que venga a Olivenza y que no oculte su afición. Y me responde, con el orgullo por delante, que él es de Castellón. Y queda dicho todo. Y pienso que esta tarde, antes de que el sol se pierda por Portugal, cuando el último toro de la feria salte al ruedo, sonará el pasodoble Olivenza, y que me ha soplado Sicu, con el orgullo por delante, que hoy su nieto debuta con la Filarmónica. Y queda dicho todo.