La expresión amable y el hablar reposado del juez Luis Aláez todavía arrastran algo de la tristeza de la noche de autos en A Grandeira (ayer hizo un mes). Esa tristeza que aún invade a ratos la ciudad. Cuando habla se nota el cansancio por una instrucción penosa y compleja. "Necesidades del servicio. Hay que seguir", responde estoico cuando se le pregunta cómo lo lleva. Sin estridencias. Con la discreción de quien solo aspira a hacer bien su trabajo.

Aláez no se parece en nada a cuanto hoy en día suele parecerse a un juez. Educado y prudente. Rehuye el protagonismo. Habla lo justo y necesario. Piensa antes de decidir y no vacila cuando decide. Quienes le conocen como vecino le saben dispuesto a ayudar sin que haga falta pedírselo. Nacido en Caldas de Reis, aprendió el oficio de juez empezando por abajo. Primero en el pequeño Juzgado de Santa Comba. Luego en A Coruña y Vigo. Al frente del Juzgado número 3 de Santiago se ha ganado fama de magistrado meticuloso, buen conocedor de las leyes y preocupado por manejar siempre la mejor documentación. El número 3 lleva los casos de violencia machista. También ha merecido la consideración de saber respetar a las víctimas.

Le preocupa la verdad

Lo más justo que se puede decir de él es que le preocupa la verdad. No le preocupan los medios de comunicación, ni le afecta lo que digan. No se deja impresionar, ni presionar. Es un instructor solvente, conoce su trabajo y asume su responsabilidad. Desde el primer momento tuvo claro que no iba a permitir que nadie le dijese cómo debía instruir. La independencia no se afirma ni se negocia. Se demuestra.

Decidió frenar en seco la dinámica enloquecida de aquellas primeras horas de filtraciones interesadas y eligió con osadía la transparencia, esa virtud que en España suele resultar una condena. Todo cuanto relevante sucede o decide durante la instrucción se sabe por su propia iniciativa y en versión original. Sin portavoces, sin estrellas, sin circos. Solo sus actos y las palabras de sus autos. En su juzgado no hay show de filtraciones porque nada hay que filtrar. Todo resulta sencillamente transparente.

Su gestión de los tiempos es impecable. Siempre lleva la iniciativa. La lógica procesal ha podido más que las urgencias mediáticas o la oportunidad política. Demostró su independencia de criterio en el auto donde exculpaba al interventor cuando todo el mundo parecía empeñado en declararlo culpable. Sabe que sin misericordia no hay justicia. Lo dice su manera humana de interrogar al maquinista o su deferencia con trámites penosos para las víctimas.

Ahora acaba de mandar parar con un auto contundente que fija en sus términos exactos las cuestiones a investigar. No instruye una causa general contra la seguridad ferroviaria. Las responsabilidades políticas no se sustancian en su juzgado. Tampoco las cuestiones éticas. La responsabilidad primera corresponde a la indebida conducción del maquinista. Pero es su deber esclarecer si se han adoptado las precauciones exigibles en un tramo donde la desgracia parecía altamente probable. En medio del ruido y la confusión introducidos por unos responsables que han hecho cuanto han podido para eludir sus responsabilidades, el juez no se deja enredar y fija el rumbo de la investigación.

Es de sentido común

La pregunta clave que se formula y nos hacemos todos es si se han respetado las cautelas elementales para un tramo tan comprometido, si realmente se hizo todo lo posible y lo debido. Con las evidencias disponibles, parece que no. Para comprobarlo reclama a Renfe y Adif que pongan por escrito los protocolos de seguridad, los responsables y los controles y auditorías internas de incidencias en ese tramo. Ambas van a tener que dejar de confundirnos con medias verdades y medias mentiras. Para que puedan negarlo imputa a los responsables de la gestión de las infraestructuras ferroviarias. Si al presidente de Adif le quedase algo de respeto por su cargo, acudiría en persona en lugar de esconderse tras el cinismo de alegar que no saben a quién se refiere su señoría.

Si andan preocupados por la impunidad de mentir en el Parlamento, les tranquilizará saber que el auto también pide al presidente del Congreso el diario de sesiones de las comparecencias de los presidentes ferroviarios y la ministra de Fomento, Ana Pastor. Cuando le felicitan, el juez Aláez responde que solo usa el sentido común y ve lo que cualquier ciudadano sensato puede ver. Sabe qué le espera y está preparado. Se toma con filosofía que su auto ya haya sido descalificado por los mismos que se apresuraron a quemar al maquinista y a quien pidiese explicaciones. La politiquería no es su negociado. Luis Aláez cumple sobradamente las cuatro características que Sócrates requería en un buen juez: escuchar cortesmente, responder sabiamente, ponderar prudentemente y decidir imparcialmente. Quienes queremos saber la verdad, podemos estar tranquilos.