El periodista y escritor Rafael Martínez-Simancas (Rute, Córdoba, 1961) puede presumir de haber dejado mudo a su banquero. El verano pasado se lo encontró en la calle y nada más verse se intercambiaron el habitual inventario de andanzas. "Por el banco todo bien, la próxima semana me voy de vacaciones, ¿y tú?", le dijo el encargado de la sucursal. "A mí me encontraron un linfoma, me dieron seis sesiones de quimioterapia, luego me salió un melanoma, me quitaron una cadena entera de ganglios y después de cinco operaciones me han hecho un autotrasplante de médula. Por lo demás, todo bien", le contestó Martínez-Simancas.

La cara de pasmo del banquero le dio que pensar. "Esto lo sueltas de golpe y dejas a tu interlocutor sin palabras, pero lo explicas poco a poco y ya no suena tan bestia", reflexiona el periodista. Pero no ha sido por relatarle a su entorno los detalles de su lucha contra el cáncer por lo que ha decidido contarlo en un libro, sino por otro motivo más sólido, y de doble dirección. Una apunta a su interior. "Me ha servido de desahogo y autoterapia. Y en cierto modo me ha ayudado en mi proceso de curación", reconoce.

El título del libro, Sótano octavo (Ediciones B), alude a la profunda sima anímica en la que se vio hundido en más de una ocasión a lo largo de los dos últimos años. "Un traspiés laboral o un mal trago en el amor te pueden bajar al segundo sótano. Pero que te diagnostiquen un cáncer te manda de cabeza al octavo. Y ahí te ves totalmente solo, llorando en medio un paisaje lunar", explica.

Pensado para otros

Con todo, Martinez-Simancas no ha escrito estas páginas pensando en él, sino en los que, como él, aterrizan de la noche a la mañana en un cuadrilátero al que jamás se creyeron invitados para batirse en un combate con el que no contaban y de cuyo desenlace depende que mañana para ellos siga saliendo el sol. Su médico, Miguel Angel Canales --jefe del servicio de Hematología del Hospital La Paz de Madrid--, le ha dicho que sus palabras pueden ayudar y servir de guía a médicos y a futuros enfermos. "Ya solo por eso, escribir este libro ha merecido la pena", razona el autor.

Tenga o no poder terapéutico, el relato de su lucha contra el cáncer posee la virtud del testimonio contado en primerísima persona. Con la sinceridad del protagonista y la fidelidad a los hechos del reportero, Rafael Martínez-Simancas da todos los detalles --a veces descarnados, en ocasiones emocionantes, por momentos humorísticos-- de la montaña rusa a la que se subió el 3 de noviembre de 2011, cuando una ecografía sacó a la luz unas manchas en el fondo de su estómago. Se trataba de un linfoma agresivo.

Acababa de cumplir 50 años y de ser nombrado director del periódico Qué! , pero ese día comenzaba para él una excursión por lances tan complejos e inesperados como mirar de frente a la muerte, dar la terrible noticia a la familia y afrontar un tratamiento médico que sana al tiempo que envenena.

Sin disimulos, el escritor enumera los miedos, sensaciones y reflexiones que le inundaron en los días en los que el sabor metálico de la quimioterapia se apoderó de su paladar, las cejas se borraron de su rostro y la aplasia --otro efecto secundario-- le hacía soñar con beber un vaso de agua sin vomitarlo. Bienvenido al régimen hospitalario, ése cuyo protocolo ordena que te despierten para darte una pastilla para dormir.

Le movía una única gasolina: "Pregunté a mi médico si me iba a morir y me dijo: 'De esto, no'. Luego te hablan de tantos por cientos y te entran dudas, pero confiar en aquellas palabras del doctor fue razón suficiente para luchar", recuerda.

Así como lo que no mata engorda, está visto que la dolencia que no te quita la vida te la enriquece. Rafael está agradecido a la enfermedad por haberle permitido conocer a una constelación de personas --los llama ángeles: médicos, celadores, enfermeros y el cura de La Paz-- que le han dado una lección de vida justo cuando él tenía en juego la suya. "No fueron amables conmigo, fueron algo más. Es gente que desborda el cumplimiento de su trabajo a través del cariño que ponen en él", explica.

Al protagonista de este viaje de ida y vuelta al cáncer le contaron que a su regreso nada sería igual. Martínez-Simancas lo confirma pero, sentado ante el espejo, no repara en detalles físicos, sino en algo que no se ve: "Esto me ha hecho mejor persona", afirma. Ha vuelto a escribir artículos sobre asuntos de la agenda pública pero ese mismo escenario hoy lo contempla con otra mirada. "Después de verlo todo desde arriba, tomas con la vida una distancia muy sana", asegura.